lunes, 20 de febrero de 2017

LA MESETA DE LOS DIOSES por Alejandro E. Chionetti

Dada nuestra fascinación por los innumerables e inabarcables misterios de nuestra Amérika, recuperamos del  milagroso archivo de nuestro colaborador Javier Stagnaro, un bello artículo de viaje e investigación. Su autor:  Alex Chionetti. El lugar: Marcahuasi.

Allá en la soledad, entre las rocas, diálogo de silencio y siglos se encuentra Marcahuasi. La verdad perdida en las tinieblas de la prehistoria. El autor, un argentino joven e idealista, nos narra su encuentro frente al misterio y a las posibilidades ocultas de estos mensajeros pétreos.

Hubo una vez una noche. Una noche en la que el fuego de las estrellas estaba congelándose y en la que la Tierra estaba profundamente dormida. La ascendente niebla de una indefinible primavera final amortajaba una meseta en el oeste de los Andes.
 Muy abajo, algo se reventó. Fue entonces cuando la pesadilla comenzó y en la dermis pétrea de la meseta los espasmos y eclosiones quebraron la apacibilidad del universo.
 Todo se levantaba. Una hinchazón de piedras y una mano invisible. Y un fuego, y una sangre. La lava. Conformaba, diseñaba y desdeñaba formas y más formas. Todo estaba en todo. Y de repente, nada. Las piedras gritaban, aullaban. Una gran luz, dibujante. Y no había nadie. Nadie veía al Gran Artista y a sus ayudantes. Ahí el sapo, el león vigilantes, y el perro cancerbero. Allá la Gran fortaleza, el camello, las focas. Aquí la Esfinge contemplando la línea de plata del Pacífico, y tal vez a su hermana. El espíritu de la tierra. Su fuego, el mío. Mi pesadilla, y me revuelco. Son los cantos que me taladran los oídos, los ojos. Mi columna toda, acostada sobre el anfiteatrum. Son los sacerdotes atlantes, que han retornado y cantan para mi despertar. En la parte de atrás del Gran tiempo, el de los Grandes Antiguos,
la Mano creadora de MARCAHUASI, se esconde en la arena de algún desierto sagrado. Sus ecos todavía murmuran y hacen cantar a las piedras que quieren copiar reyes y guerreros, senos y sacer-dotes, dinosaurios y caballos.
  Esta es solo una opción metafórica, es solo un miramiento unipersonal, absolutamente interno, mío, y que me gustaría que fuera cierto. Un humilde deseo. Un sueño más de los tantos. Tan real sin embargo, como la realidad de Marcahuasi, tan irreal como la irrealidad real de esta Meseta, donde todavía se escuchan las entrecruzadas espadas de los Antiguos Atlantes y de "otras razas" que vivieron y viven todavía, en este planeta, la Tierra.

EL FARO COSMICO

MARCAHUASI es una meseta de 4500 metros de altitud. Está en el Perú, a ochenta kilómetros de Lima. Su latitud sur es 11° 46' 40,9" y su longitud oeste es de 76° 35' 26,3" (Greenwich). Tiene una estructura geológica que pertenece al Superbatolitico Circumpacífico representada por diorita pórfida.
 Para dar aquí una mejor descripción tomaré algunas partes de mi diario de viajes.
 Vista desde su ascenso la Meseta de Marcahuasi parece extraída de un paisaje descripto por un J. R. Tolkien o por Sprague de Camp. Ante mi vista se yerguen unas agujas de piedra que pinchan al cielo gris e intentan parecer mostrarnos una desesperada rabia pétrea de haberse querido desprender de la atracción gravitatoria.
  La meseta es imponente. Sobrecogedora y me transmite la sensación de lo sagrado compenetrado a la naturaleza. He iniciado el ascenso hace dos horas, desde el pueblo de San Pedro de Casta, sitio con el que ya había soñado muchos años antes de poner mis pies en Perú. La niebla se está levantando y me hace arder los ojos.
 Desde mediados de la primavera hasta el fin del verano peruano (aquí a 4000 mts sobre el nivel del mar es invierno) la niebla asciende a partir del mediodía a la meseta. Esta es la peor época para ascender a la Meseta que el excelente investigador y poeta peruano, el doctor Daniel Ruzo, redescubriera en 1952 después de buscar tantos años la clave final de sus estudios sobre la Cultura Masma. Llueve cada tanto. Esta es la época de las lluvias, tan esperada por los comuneros de San Pedro, después de una semisequía arrastrada desde 1974. Este ha quedado casi borrado del mapa por la neblina ascendente.
 Arriba, la cumbre me desafía. Es mi tercer ascenso que representa dos meses de investigación y de exploración en la zona y sus alrededores. El sol ha logrado abrirse paso entre los nubarrones y ha originado un hermoso arco iris que con su extremo final me muestra enigmáticamente el lugar exacto donde se encuentra el Monumento a la Humanidad, formación pétrea que fuera así bautizada por Ruzo hace casi treinta años.
  Me estoy acercando a la entrada norte, paso por una especie de bloques que parecen formar una especie dé muro de avanzada para la defensa de una fortaleza. Igualmente sé por mis dos expediciones anteriores que la mayoría de las formaciones rocosas laterales eran bastiones en los que no faltan ni torreones ni atalayas.
 Debo destacar que me sorprende la semejanza de estos muros de roca natural con los más nítidamente trabajados de la fortaleza de Sácsahuamán. La niebla ha retornado. Pero ya me deja entrever el rostro de la Esfinge, el "Monumento a la Humanidad".
  Los habitantes de la región la llaman "La cabeza del Inca". Tiene más de veinte metros. En ella parecen converger todas las razas siempre según desde donde se la mire. Allí está nuestra raza, la blanca, y hacia el norte parece mirar un rostro de nítidas facciones semíticas. Debajo de ésta hay una cara de rasgos peruanos pero que me hace recordar persistentemente la máscara de jade que recubría los restos del "astronauta del Palenque".
 La parte dirigida hacia el oeste muestra un ojo alerta y una nariz que amenaza ser aguileña y dar un aspecto pajaril a la escultura.
  Frente a la "Esfinge americana" una loma de piedra da origen a dos importantes figuras.
 Vista desde el noroeste de la meseta, más abajo del León (que guarda vigilancia imponentemente en el extremo más alto de esta parte) y cuando el sol, el sagrado Inti, se crepusculiza con el cielo, emergen de la piedra dos mujeres de largas túnicas que lloran con sus brazos rezantes sobre un guerrero agonizante. Vista en conjunto esta figura nos muestra un rostro de anciano muerto. El negativo de esta fotografía invertido se transforma en un joven de expresión agresiva y altanera.
 En esta misma zona central de la parte de "La Esfinge" encontramos a la Tortuga, con un amplio caparazón y una pequeña cabeza que apunta hacia el sur, que esconde todavía más misterios.
  Ya el sol se ha apagado sobre el Pacífico y habrá de estar iluminando tenuemente los Himalayas. Estoy acampado detrás del Monumento a la Humanidad y muy cerca de la cabaña del doctor Daniel Ruzo. Allí en su refugio, construido para facilitar sus estudios y mediciones de la Meseta, me pongo a pensar sobre este escritor tan singular que a los 24 años de edad comienza a estudiar la Protohistoria Americana, la Primhistoria de los Andes, como diría el inolvidable Robert Charroux y que retomando los estudios simbológicos de Pedro Astete (estudioso y cuentista que llegó a vivir en Buenos Aires) en la búsqueda de una cultura que se perdía en la noche de los tiempos, llega a obtener pruebas de esta cultura a la que llamará Masma, y que está bastante lejos de tener vinculación con la incaica.
  Las leyendas nos hablan de una raza de altos hombres blancos y barbados, que fueron invencibles y de una profunda motivación religiosa.
 El nombre de Masma significa algo parecido a oído en lengua hebrea y está directamente relacio-nado con ISMAEL y su quinto hijo y a su descendencia tribal, la Bene Misma o Bene Masma como está registrado en el Libro del Génesis (XXI, 14) y en los libros primero y segundo de Las Crónicas. Daniel Ruzo, retomando las teorías de Astete, vincula a los huancas con los cananeos y a los
aimaras con los himiaritas.
  El mismo Pedro Cieza de León que al parecer estuvo por los alrededores viviendo con los chaucas, que llegaron a habitar las ruinas (incaicas, todavía hoy existentes) de Marcahuasi, por los siglos XV y XVL, obtuvo inusuales e importantísimos testimonios coincidentes con los que por tradiciones orales se mantienen y que pude recoger directamente de pobladores y de aborígenes que habitan la provincia de Huarochirí.
  Como siempre eran "los de siempre", y a los que siempre estaban vinculados los "recintos sagrados": Los blancos altos barbados; los gigantes.
  Los orígenes étnicos de los seres humanos que llegaron a conocer a Marcahuasi "todavía caliente" se pierden en las espirales del tiempo. Pues además en la meseta han vivido muchas tribus, tal vez desde la época en que el cielo era navegado por dos o más lunas.
 Los nombres se suceden, los Huiscacocha, Chocoyoc, Cutebí, Laco, Cenangak, Mashka, Kiscoui-mo, Lacsar, Marcahuasis, etc. La mayoría de éstos, bravíos, hechiceros y antropófagos, desconocieron el origen de la meseta y sería demencial atribuirles el posible tallado de las figuras a estas tribus.  
 Entre los que pudieron tal vez haber "cumplimentado" o arreglado algunas de las más sencillas esculturas, pueden haber sido los Guaíres, que eran gigantes de una gran inteligencia, y a los que los más viejos pobladores de San Pedro de Casta atribuyen las figuras.
 Todavía hoy en día, sin embargo, se mantienen vivas las historias de superseres, supermanes que habitaron el valle y sus derredores.
 Se habla de Xotacur, un gigante que irradiaba luz e iba a la velocidad del rayo y del relámpago transformándose en éstos, como una especie de Flash de la Edad de Piedra.
 Las tribus eran más de 28, la mayoría hechiceras. Estos brujos en un determinado día de un indeterminado mes de un inimaginable año de un incalculable milenio antes de Jesús, pronosticaron el fin del Mundo. En esos días hubo una eclipse. Se mataron unos a otros. Y se comieron.                    Marcahuasi. Me pongo a pensar en su nombre, en sus etimologías varias. La que recojo personalmen-te parece venir de Orcohuasi, nombre que se le daba antiguamente al pueblo de San Pedro de Casta. Orcos; cerro, huasi, casa. Otras recolecciones nominales la sitúan como "casa de des pisos" o como "El altillo" o una especie de "segundo piso".
 Yo la veo como una torre, una torre-faro, un faro cósmico.
 Amanece. No hay cantos de pájaros. No hay aves ni animales salvajes, salvo los domésticos, uno que otro asno que suben a pastar en zonas llanas y vegetadas, ahora abundantemente por las lluvias. Salvo algunas ranas enanas que son más pequeñas que mis uñas.
 Asciendo el bajo murallón este sobre el que se abre el Altar de los Sapos (donde me cuesta reconocer estas formas) y las chulpas donde restos incaicos han sido violados y desparramados por escolares imberbes o por drogados europeos.
 Yendo hacia el sudeste paso junto a las focas y a los peces que han sido alcanzados por un rayo de arte estático y han quedado nadando, sobre la laguna, hasta el fin de los tiempos o hasta que algún sismo demasiado fuerte pueda modificar el paisaje.

La laguna de las focas. Cielo, piedra y soledad. Un dialogo sin sonidos

Me abro más hacia el oeste y junto al precipicio el rostro de un hombre de serie mirada y tocado con una habilidosa boina de tres pisos. A su lado un dolmen desafía toda consideración racional sistemática sobre la etnografía de la meseta.
 Llego hasta una gran rajadura. Es un desfiladero, y me corta el paso. Me tiro hacia el este y desciendo un poco la meseta. Vuelvo a entrar y aparezco en el desfiladero, es el anfiteatro, lugar donde
ya había acampado y donde extraños sueños me habían asaltado debajo de un cielo demasiado herido por la luz de las estrellas y de su hielo.
 Hacia la mitad de la quebrada está la verdadera cabeza del Inca, con su pluma y todo. Es fantástica. También hay una piedra con aspecto de buho y otra al fondo, cerca del precipicio, que está muy erosionada.
  El eco es fantástico. Estoy en una cámara acústica. Este lugar, habrá servido, me imagino, tal vez deliro, aunque en mis sueños los he visto, a sacerdotes y discípulos atlantes cantando, orando y cantando.
 Detrás de mi carpa, otra figura. Descubro otro camello con su labio inferior proyectado hacia afuera. Y delante de él una pirámide.
 La niebla vuelve a subir y el sol vuelve a bajar. La noche es una estrella. Mi mente se hace un sueño y la historia continuada e inacabada de los Grandes Maestros vuelve a repetirse. Temo que si escucho sus cantos, como Ulises, pero navegando en estos mares de rocas, en los que las lagunas son las islas, me volveré loco.
 Vuelve a amanecer. Sigo mi rumbo, asciendo, desciendo. Llego hasta las Mayoralas, otro centro acústico, y junto a éste las focas y los leones marinos queriendo acariciarse entre ellos con sus pelam-bres de roca.
  Es aquí donde me extravié en mi primer ascenso y no quiero saber más ni repetir otra caída de 2000 metros.
 El sol está alto y la fauna de piedra loca continúa. He llegado a la laguna más grande a cuyos pies un caballo gigantesco, derribado, casi descabezado descansa. Según Ruzo ésta sería la zona desde la que la linea que parte en dos al equino marcaría una geografía secreta de Marcahuasi. Dejo al caballo y a otras figuras y me quedo atónito. Ante mí, la Diosa Thueris. Aquí, delante de este conjunto escultórico, a mi entender el más importante de Marcahuasi, un egiptólogo se vuelve loco o no tiene más remedio que pegarse un tiro.
Monumento de la diosa Thueris fotografiado por el autor. Una presencia de piedra y silencio que nos habla de otros tiempos y seres
 La niebla está ascendiendo muy temprano y temo que me cubra al conjunto. No puedo calcular su altitud, serán quince metros. Se destaca nítidamente. De los tantos hipopótamos esbozados sobre la meseta, el de esta zona es el más notorio y al estar acompañado y como empujado por una forma muy sintetizada de cocodrilo, la semejanza egiptológica es notoria.
 La extrañeza aumenta y se nos viene encima cuando comparamos las representaciones de algunos frisos y esculturas egipcias con las de Marcahuasi. La semejanza elude toda tentativa sobre su posible casualidad, además está apuntalada por otras figuras pertenecientes también a las mitologías y etnolo-gías del Valle del Nilo.
 Nuestra Diosa THUERIS esconde detrás suyo un gran secreto. Una de las configuraciones más notorias de la meseta:  Los dos escafandristas o astronautas. Estas dos figuras abren la OTRA GRAN POSIBILIDAD sobre el origen y construcción de la meseta.
 Una posibilidad que no es desdeñable y que explicaría en parte, y no tan simplemente como creen algunos "arqueólogos", muchos de los misterios del Perú, con el perdón de Julio C. Tallo, y del actual Kaufmann Doig.
 Cuando se pasa junto a la Diosa Hipopótamo uno no los llega a observar. Sólo desde la parte más alta de la elevación maciza ubicada al norte de la pared egipcia puede uno encontrar el ángulo exacto donde una parte del "astronauta" (cuya cabeza, tronco, brazo y mano izquierda se encuentran en una pared posterior y alejada de la figura Thueris) se une con el final del manto que integra así, por un efecto de la perspectiva, la pierna izquierda del aeronauta.
 Esta figura humanoide parece como estar rindiéndole adoración a la Diosa del Nilo, y su compañero por detrás, parece estar en una situación de acobardamiento.

El autor de la nota, Alejandro Chionetti, señalando el monumento de la diosa "Thueris". A su lado los "escanfadristas"

 Aunque nuestro querido Daniel Ruzo desdeña la posibilidad de una intervención extrahumana, ni podemos obviarla ni desecharla, pues Marcahuasi parece ser un lugar elegido por los OVNIS y por "otras cosas" a las que podríamos llamar como Los carros de los Dioses, parafraseando a Von Daniken. Pues desde 1974 ha sido un lugar de varias manifestaciones ufológicas, aunque muchas pueden haberse debido a fosforescencias animales, como las que pude observar en una ocasión.
 No nos debemos olvidar de que los Dioses pueden presentarse de la manera que quieran, y sobre todo de una forma tecnológica, para estar de acuerdo a la época. En este aspecto, a mi entender, Marcahuasi guarda un gran secreto y no faltará mucho para que algunos jóvenes peruanos lo descubran.
 Siguiendo hacia el sudoeste de la meseta se encuentra la "Fortaleza". Es magnánima, fabulosa, arrancada de la fantasía épica, del tiempo y del polvo de brazos que la habrán defendido y abrazado en las frías noches de Marcahuasi. Los Incas aprovecharon este bastión milenario para construir una serie escalonada de pircados que hasta hoy se mantienen colocados. Aún en nuestros días la zona parece un campo de batalla pues fémures y parietales se desparraman en su basamento y en varios recovecos pircados en las partes más altas de aspectos atalayados.
 En estas áreas encontramos túneles que parecen derrumbados y tapiados más por causas sísmicas que humanas o no humanas.
 En los bordes de la fortaleza encontramos, junto al precipicio, formaciones lisas y mesadas que parecen altares de sacrificio, siendo algunos muy similares a los de Kenko y a los que están desparramados en las afueras de Cuzco.
  Frente a la Fortaleza nos encontramos frente a un "Rey" contemplativo y que deja transmitir una gran tristeza desde su mirada, sea observado desde cualquier ángulo desde el que se lo mire.
 Esta parte vista desde la zona superior del arifiteatrum muestra un paisaje surreal y maravilloso, un paisaje viviente y dinámico desde el cual podía escuchar el ruido de espadas y de extrañas torres de asalto desplomándose al vacío, siendo escoltadas por cóndores que parecían perodáctilos.
  He llegado al final de la mesefa. Estoy en Santa María, el punto más alto. Ahora sí que puedo gritar: ¡Cumbre! O no. No, pues hay otra Meseta más alta que Marcahuasi y que tiene figuras tan complejas como ésta. Desde Santa María, a la hora del mediodía, enfrente, puede verse a un león avergonzado y a la vez ladino. En el mes de junio se le ven perfectamente hasta las pupilas por efecto del solsticio, lo que no pasa de diciembre a mayo.
 A partir de mediados de los cincuenta la Meseta de Marcahuasi comenzó a ser visitada por variados estudiosos de los misterios arqueológicos de Sudamérica.
 Entre éstos se encontraba el famoso atlantólogo austríaco Hans Bellamy que ascendió con Peter Allan, ambos discípulos y estudiosos de la obra de Hoerbiger y a los que considero los más grandes estudiosos de la Cultura Tiahuanaco.
 Peter Allan, comentando la figura del león de Santa María dice: "No cabe ninguna posibilidad de que esta figura se deba puramente a la imaginación o sea una formación fortuita de la roca hecha por la erosión o acción climatológica la que haya dado aspecto de león. La mano del hombre es muy evidente en esta escultura. El hecho de que esta representación pueda ser vista desde un determinado ángulo y que sea aparente sólo a determinada hora del día, implica una TECNICA FUERA DE LO COMUN. Que tal técnica se empleó en la meseta de Marcahuasi está fuera de duda, aunque parezca bastante extraño".(1)
 Extraño, pero verdadero. Una realidad dura, una "transrealidad" evidente y comprobable con cada salida del sol o con alguna rabiosa luna llena. Una realidad que esconde su secreto debajo de su corteza. Pues Marcahuasi es una cáscara volcánica, semihueca, provista de túneles y pasadizos que no han sido hollados. De cámaras sepulcrales de viejos dioses y de reyes vencidos, de reinas y sacerdotes, de sabios y de científicos que tal vez estudiaban aquí en América del Sur las estrellas cuando en Europa o en Pekín los homínidos todavía no habían podido serlos.
 Lo mítico, lo mitológico, lo real fantástico y lo fantástico real, lo arquetípico en Marcahuasi se corporizan desafiando a la realidad toda. El racionalismo es traicionado, se le arrancan los ojos. A los arqueólogos y a los antropólogos oficiales se los ejecuta, o se los destierra. Y solo queda un manchón de escupitajos sobre el intocable manto sagrado de la gaya ciencia, que como vaca sacra en Marcahuasi es despedazada. Porque en Marcahuasi, la realidad revienta, los racionalistas se vuelven locos, se rajan los anteojos de los científicos y los poetas prorrumpen en llantos y los artistas mueren extasiados.
 Marcahuasi es el desafío. Un milagro americano, de una América del Sur maravillada y maravillosa que esconde sus secretos para las generaciones venideras.
 Porque en Marcahuasi es como si la piedra hubiese soñado, y ese sueño está corporizado en mil caras, en mil patas, en mil partes. Sobre la meseta el tiempo se quiebra y el espacio se dilata. El sol gira y ya no es más el sol, y la luna tampoco es la luna. Todo se torna vivenciado y vivienciable y uno es Uno con el Universo, al fundirse con La Piedra que fue Fuego, una piedra sudamericana que soñó que no era más una piedra y que por su propia inercia y esencia ha querido saltar hacia las estrellas.    Las miles de esculturas cantan el dolor de la piedra por adquirir conciencia y comunicar al hombre que es parte de un todo, de un gran organismo que vive y late: La Tierra.
 Pues en Marcahuasi todos participamos del lenguaje simbólico del espacio abierto y trascendente, un Espacio, una Torre, sobre la que la luz de las estrellas tironea y tironea.
 Marcahuasi es la Meseta de los Dioses, de lo hierofánico terrestre y atmosférico, sobre la que los hombres americanos debemos subir con la cabeza gacha y admirar el poder y la gloria de nuestro pasado y del pasado de la gran epopeya cósmica del planeta y del Universo*

(1) En Marcahuasi la luz solar actúa como una especie de activador petroscópico, ya quee las esculturas bidimensionales son dinamizadas, y ya diseñadas para esto, y arquitecturadas en correlación con el SOI, y a sus solsticios para demostrar la ilación de la Tierra-Cosmos.


Revista GENESIS (año 1 n° 2, 1981)



viernes, 3 de febrero de 2017

LOS MAGOS DE LOS DIOSES (GRAHAM HANCOCK)



Para recomendar: el nuevo libro de Grahan Hancock,  Los Magos de los Dioses (La esfera de los Libros, 2016). Una fascinante obra que puede ser considerada como la continuación, la profundización y la actualización de su bestseller del año 1995 Las Huellas de los Dioses. 
 Investigaciones en los círculos megalíticos de Gobekli Tepe en Turquía (¡12.000 años de antigüedad!), en los Scablands del estado de Washington, en Gunung Padang en Indonesia, en Baalbek (Líbano), entre otros lugares y, por supuesto, en Egipto y en las ruinas andinas de Sudamérica. También encontramos estudios sobre, como no, el ¿mito? de la Atlántida de Platón y, sobre el libro de Enoc, donde el autor se pregunta -a diferencia de los teóricos de los antiguos astronautas- si fueron los "vigilantes" protagonistas del texto, emisarios de una civilización humana perdida de la Edad del Hielo.
 El núcleo central del libro es la cada vez más aceptada y acertada teoría de que un cataclismo global ocurrido hace entre 12.800  y 11.600  años (provocado por la fragmentación de un gigantesco cometa) destruyó una civilización avanzada con grandes conocimientos astronómicos ("Los magos", "Los sabios", "Los que brillan", "Los misteriosos maestros de los cielos") que legaron y dejaron plasmados en complejos megalíticos, y que floreció durante la Edad del Hielo.
 Acompañamos esta reseña con una entrevista a Graham Hancock, publicada en la revista New Dawn n° 153 (Nov.-Dic. 2015) y traducida al castellano por el historiador e investigador español Xavier Bartlett Carceller, gestor del excelente blog https://laotracaradelpasado.blogspot.com.ar/, a quien agradecemos el permiso para reproducirla en este espacio.


Graham Hancock (crédito Santha Faiia)


Entrevista a Graham Hancock 

David Thrussell: Desde la distancia parece, Graham, que usted ha tenido lo que podría describirse como una vida ideal, viajando por lugares exóticos e interesantes, y explorando las fronteras de la historia y el conocimiento. ¿Hay contratiempos, desilusiones o frustraciones en su trabajo?

Graham Hancock: Me siento feliz de haber tenido en esta vida la oportunidad de explorar y pasar cierto tiempo en tantos increíbles, misteriosos y profundamente conmovedores enclaves antiguos, en todo el mundo. Ha sido un gran privilegio tener la oportunidad de hacer esto, y no tengo ninguna queja. Estoy agradecido por mi vida. Tengo mucha libertad y de hecho he trabajado fuera de casa desde los 29 años, que es cuando decidí que no podía trabajar ya en una gran organización, y me independicé. Durante mucho tiempo estuve completamente sin blanca. Finalmente empecé a ganarme la vida. Pero no tengo ninguna queja. Creo que he sido muy afortunado y estoy agradecido por la vida que he tenido la oportunidad de llevar.

DT: ¿Cuánto tiempo ha estado trabajando en su nuevo libro [Magicians of the Gods]?

GH: Bueno, en cierto sentido, 25 años. Como proyecto específico, tres años y medio; pero este libro se basa en mis intereses e investigaciones en este campo, que se remontan a finales de la década de los 80.

DT: Ahora, si tuviese que adelantarnos una sola prueba, la más convincente, que apoye su teoría, ¿cuál sería y por qué?

GH: Bueno, es más complicado que eso. Este no es un problema que pueda resolverse con una bala mágica; es un problema que requiere la coordinación de pruebas de muchas fuentes diferentes. Le ofrecería tres pruebas que en cierto sentido están entrelazadas, y una de ellas, realmente importante, es algo que tenemos ahora, pero que no tenía cuando escribí Las huellas de los dioses en 1995. Es efectivamente una pistola humeante[1], a nivel mundial: la prueba científica de un cataclismo global hace entre 13.000 y 12.000 años. Esa fue esencialmente la hipótesis que presenté en Las huellas de los dioses: que se había producido un cataclismo global hace entre 13.000 y 12.000 años, el cual había aniquilado una civilización avanzada, y luego especulaba sobre las muchas posibles causas de ese cataclismo, principalmente el cambio de los polos y el desplazamiento de la corteza terrestre.

Lo que ha sucedido desde 1995, y en particular desde 2007, es que un grupo de científicos han presentado ante la comunidad científica –muy poco de esto todavía se ha filtrado a la opinión pública– la evidencia absolutamente convincente de que la Tierra sufrió una serie de impactos a partir de fragmentos de un cometa gigante, y estos impactos ocurrieron hace 12.800 años, cuando varios fragmentos golpearon la capa de hielo de América del Norte, causando inundaciones globales y un radical cambio climático. Esto sucedió de nuevo hace 11.600 años, cuando más fragmentos del mismo cometa salieron de su órbita e impactaron en un océano –casi con toda seguridad el Pacífico– levantando una enorme columna de vapor de agua en la atmósfera superior y causando un calentamiento global muy repentino. Así pues, el intervalo entre esos dos períodos, los 1.200 años entre hace 12.800 años y 11.600 años, es un episodio de cataclismo global casi sin precedentes, junto con la extinción masiva de especies animales, los grandes mamíferos: el mamut, el rinoceronte lanudo, etc. Y este es el evento que yo creo que nos hizo perder toda una civilización de la prehistoria que previamente no constaba en los registros arqueológicos.

  Ahora, vamos a coordinar esto con los últimos descubrimientos de la arqueología. Recuerde que una de las dos fechas de ese cataclismo fue hace 11.600 años. Este fue un evento sostenido que implicó dos bombardeos separados de fragmentos de un cometa. En ambas ocasiones se dio un aumento
Vista de un recinto en Gobekly Tepe
masivo del nivel del mar y se desató un cataclismo global. La primera ocasión (hace 12.800 años) y la segunda ocasión (hace 11.600 años), también fueron acompañadas por una inundación global y un aumento masivo del nivel del mar. Por lo tanto es llamativo que el yacimiento arqueológico del sureste de Turquía conocido como Göbekli Tepe –que significa “colina panzuda” en idioma turco– fuera creado hace 11.600 años por personas que ya sabían cómo trabajar con megalitos gigantes. Göbekli Tepe es una anomalía, porque es 7.000 años más antiguo que otros yacimientos megalíticos de todo el mundo, y sin embargo demuestra técnicas avanzadas de trabajo y corte de la piedra, organización del trabajo, planificación, diseño del lugar y alineamientos estelares. Este no es el trabajo de un grupo de cazadores-recolectores que se despertó una mañana y se sintió repentinamente inspirado para crear la primera arquitectura megalítica del mundo. En mi opinión, lo que estamos viendo es una transferencia de tecnología, el conocimiento aportado por los supervivientes de la civilización perdida, que incluía el conocimiento de cómo crear estructuras megalíticas a gran escala, y exactamente en el mismo momento hace 11.600 años tenemos esta aparición repentina e inexplicable de un sofisticado yacimiento megalítico en el sureste de Turquía.
También tenemos la difusión y penetración de la agricultura exactamente en la misma región, mientras que anteriormente los habitantes habían sido completamente cazadores-recolectores. Lo vuelvo a decir, lo que estamos viendo es una transferencia de tecnología, la huella de los supervivientes de una civilización que se perdió en los eventos catastróficos ocurridos hace entre 12.800 y 11.600 años.

Y menciono un tercer punto, el mito secular de la Atlántida, que en realidad no es tan viejo porque la versión que ha llegado hasta nosotros –la única versión que ha llegado hasta nosotros– está en las obras del filósofo griego Platón. Platón dijo que llegó a la historia del sumergimiento y destrucción de la civilización avanzada de la Atlántida a través de su antepasado Solón, el legislador griego que visitó Egipto en el año 600 a. C., al cual los sacerdotes egipcios explicaron la historia de la Atlántida. Y ellos le dijeron que la Atlántida había sido destruida y sumergida, habiendo incurrido en la ira de los dioses, 9.000 años antes de la época de Solón. Sabemos que Solón estuvo en Egipto alrededor del 600 a. C.; por lo tanto, están hablando del 9.600 a. C. en nuestro calendario, o sea hace 11.600 años, que es la fecha precisa de la aparición de estas técnicas hasta ahora ignoradas de arquitectura megalítica y de agricultura en la región del sureste de Turquía.

DT: El cataclismo de que está hablando lo hemos tenido realmente delante de la cara, ¿no es así?

GH: Lo hemos tenido ahí en la cara, pero no culpo a los historiadores y arqueólogos por no haberse familiarizado con él antes, dado que los principales científicos en este campo han estado recopilando y presentando pruebas de lo que ahora se conoce como el cometa del Dryas Reciente sólo durante los últimos siete u ocho años. Es un descubrimiento muy reciente y la razón por la que es un descubrimiento reciente es que los principales efectos de este cometa de hace 12.800 años estaban situados en la capa de hielo de América del Norte. Esto era todavía la Edad de Hielo. América del Norte, hasta tan al sur como Nueva York, estaba cubierta de hielo –una capa de 3,2 kilómetros de espesor– y al menos cuatro fragmentos del cometa golpearon la capa de hielo. Sin embargo, no dejaron cráteres prominentes en el suelo porque los cráteres estaban en el mismo hielo y el gran calor y energía cinética del cometa fundieron ese hielo, por lo que los cráteres fueron transitorios y lo que tenemos es el efecto del choque en el suelo subyacente. Recientemente, se ha encontrado una serie de cráteres: el tipo de cráteres que quedaría cuando un objeto golpease una capa de hielo de 3,2 kilómetros de espesor y transfiriese su impacto a la roca subyacente.

Mucho más importante es el conjunto de pruebas aportado por el equipo científico del Dryas Reciente (más de 30 científicos están trabajando en el cometa del Dryas Reciente). Esas pruebas se basan en lo que llamo “indicadores de impacto”. Cuando tienes un objeto que llega a 96 ó 112 mil kilómetros por hora, y ese objeto mide uno o dos kilómetros de diámetro, tiene una cantidad increíble de energía cinética, y así estamos buscando un poder explosivo comparable a todo el arsenal nuclear del planeta Tierra, tomado de una vez y en uno solo de estos objetos. Y hay ciertos resultados muy reconocibles de esto. Uno de ellos es el vidrio fundido. Tienes un calor liberado por encima del punto de ebullición del cuarzo, temperaturas por encima de los 2.200 grados centígrados. Esto produce un vidrio fundido que es indistinguible de la masa fundida de vidrio que encontramos como subproducto de las explosiones nucleares. También obtenemos micro-esférulas de carbono y unos nano-diamantes muy distintivos que son causados por el choque y el calor. Estos nano-diamantes sólo son visibles bajo el microscopio, y se combinan con el vidrio en fusión, las micro-esférulas de carbón y otras pruebas en todo el mundo. Son pruebas convincentes de un gigantesco impacto cósmico hace 12.800 años.

Y, por cierto, este es exactamente el tipo de prueba que se presentó al principio para demostrar el asteroide que acabó con los dinosaurios hace 65 millones de años. Hay sólo dos ocasiones en la historia de la Tierra, en los últimos 100 millones de años, en los que tenemos precisamente los mismos indicadores de impacto repartidos por todo el mundo. Uno de ellos es el llamado evento KT, hace 65 millones de años, que acabó con los dinosaurios. Y el otro es el evento a nivel de extinción hasta el presente no reconocido –pero ahora muy obvio– que ocurrió hace 12.800 años, y que fue causado por el cometa del Dryas Reciente. Digo Dryas Reciente, ya que es el nombre geológico dado para el período comprendido entre hace 12.800 años y hace 11.600 años, cuando el clima de la Tierra cayó en una hasta ahora inexplicable y repentina congelación. Ahora sabemos la causa de esto: fue nuestra interacción con los fragmentos de un cometa gigante, y los efectos resultaron verdaderamente catastróficos.

DT: ¿Es razonable sugerir que la corriente principal del estamento académico, los medios de comunicación y la ciencia están casados ​​con una visión particular de la historia?

GH: Sí. Es razonable sugerirlo, y no es de extrañar tampoco. Siempre se trata de la manera –en cualquier área de estudio, cualquier disciplina, tanto si es geología como si es arqueología para el caso– en que se construye un cuerpo de conocimiento. Los respetados veteranos han contribuido al conjunto de conocimientos, y la nueva generación, obviamente, respeta el trabajo de sus mayores. Y así lo que se crea gradualmente es un marco de referencia, una imagen de cómo debería ser esa área de estudio. En el caso de la arqueología, la imagen que se ha construido a lo largo de los últimos cien años de trabajo es el de una lenta evolución de la civilización: nuestros antepasados ​​eran cazadores-recolectores y hasta hace nada más que quizás 8 ó 9 mil años. Entonces empezamos a ver un
Megalitísmo en el neolítico (Malta)
movimiento gradual hacia una solución más permanente y hace unos 5.000 años tenemos las primeras grandes ciudades y la primera gran arquitectura megalítica. Esta es la imagen de la civilización que nos enseñaron los historiadores académicos y los arqueólogos convencionales. Se enseña en las escuelas, y se transmite ampliamente a través de los medios de comunicación, pero no es un hecho, es un marco de referencia; un marco de referencia construido tras cien años de estudio arqueológico.

 
Y este es, en mi opinión, el problema de la arqueología y de otras disciplinas científicas que quedan atrapadas en un marco de referencia particular. Cuando surgen nuevos hechos que no encajan en el marco de referencia, les resulta difícil adaptarse a ellos, y el primer paso es intentar desacreditarlos. Cuando se acumulan más y más pruebas que el paradigma existente no puede explicar, el paradigma acaba por ser derrocado. Una gran cantidad de gente buena que han hecho un muy buen trabajo, que están convencidos de que tienen razón, que respetan el trabajo de sus mayores, y que no quieren remover las aguas: creo que ese es el problema central. Siempre ocurre en la ciencia. Ninguna idea cambia repentinamente de la noche a la mañana sin la presencia de nuevas pruebas abrumadoras que el paradigma anterior no puede explicar. Eso es lo que estamos encontrando ahora en el campo de la historia y la arqueología: más y más pruebas nuevas que simplemente no pueden explicarse en el actual marco de referencia de la historia.

DT: Póngase a especular: Si la teoría que está proponiendo es de hecho correcta, ¿Cómo se vería la prehistoria? ¿Cómo se vería la historia de la Tierra antes de que ese cometa golpeara el planeta?

GH: Un mundo mucho más complejo que el que nos han mostrado los historiadores y arqueólogos académicos. No es un mundo poblado enteramente por los cazadores-recolectores, como sugieren, sino un mundo en el que coexistían cazadores-recolectores y una civilización más avanzada. Esto, en cierto modo, no es extraño. Si se piensa en ello, hoy en día somos una civilización tecnológica muy avanzada (la tecnología occidental, el complejo tecnológico-industrial que se ha extendido por todo el mundo), pero no estamos solos. Compartimos el mundo con pueblos cazadores-recolectores: cazadores-recolectores en el desierto de Kalahari, por ejemplo, y también en África del Sur, así como los cazadores-recolectores en la cuenca del Amazonas. Incluso hay tribus en la cuenca del Amazonas con las que nunca se ha contactado, y que ni siquiera saben que existimos; ninguna cultura tecnológica avanzada ha incidido todavía en su visión del mundo. Así, esta co-existencia de la tecnología avanzada con los cazadores-recolectores que vemos hoy en día, yo la proyectaría en el pasado, y diría que hace más de 13.000 años, durante la Edad del Hielo, había en este planeta una civilización mucho más avanzada de lo que historiadores y arqueólogos quieren reconocer. Existe un recuerdo de esta civilización en el mito y la tradición de todo el mundo, y cada vez tiene más apoyos por los recientes descubrimientos arqueológicos tan sorprendentes como Göbekli Tepe.

DT: Ha mencionado dos obvios eventos catastróficos, la extinción de los dinosaurios y los eventos del Dryas Reciente. ¿Es posible que haya habido otros eventos catastróficos de los que no tenemos la menor idea?

GH: Ciertamente, ha habido otros eventos catastróficos, y tenemos indicios de ellos. La única pregunta es si afectaron a la especie humana, y esto se convierte en una cuestión para posteriores investigaciones. Sostengo, por el momento, la idea de que los humanos anatómicamente modernos –las personas que se parecen a usted y a mí– sólo han existido en la Tierra durante unos 200.000 años. Es muy posible que nuevos descubrimientos aporten pruebas de humanos anatómicamente modernos anteriores; no lo descarto. Pero por el momento la evidencia apunta a la aparición de nuestra línea anatómicamente moderna hace unos 200.000 años. Tenemos, por ejemplo, un esqueleto de Etiopía,  de un antigüedad de 196.000 años, que es indistinguible de un ser humano anatómicamente moderno. Así que para estos cataclismos impliquen a la humanidad e impacten en la historia humana, tienen que haber ocurrido en un marco temporal humano. Es por esto que el evento Dryas Reciente es tan interesante porque no sólo se sitúa en un marco temporal humano; de hecho está justo en el límite, en la frontera de un período en el cual –según los historiadores y arqueólogos– arrancó la civilización. Sin embargo, todavía no han tenido en cuenta este cataclismo a nivel de extinción, justo en el patio trasero de la historia, y yo diría que hasta que no lo tengan en cuenta, todas sus nociones acerca de los orígenes de la civilización estarán en el aire.

Ha habido otros cataclismos globales a un nivel de extinción que se remontan a cientos de millones, incluso a miles de millones de años en el pasado. Estas cosas pasan de vez en cuando y cada vez que se producen reajustan el reloj de este planeta, y la vida cambia debido a estos acontecimientos dramáticos y radicales. Yo creo que ha sido sólo el más reciente, el que ocurrió hace 12.800 años, el que afectó directamente a la historia humana, si bien los historiadores y arqueólogos aún no lo han tenido en cuenta en la construcción de modelos de nuestro pasado.

DT: ¿Es posible que la ciencia convencional, los medios de comunicación, o incluso la población general, en cierto sentido, no quieran saber nada acerca de nuestra propia historia como especie?


GH: Parece que existe un tipo de directiva, que opera a nivel gubernamental, de no exponer las cosas demasiado alarmantes. En particular se refiere a las cuestiones que implican cataclismos globales. Cualquiera que haya trabajado en el campo de la geología sabrá que proponer un agente catastrófico comporta furiosas críticas. Hubo un gran geólogo llamado Harlan J. Bretz –sobre cuyo trabajo escribo en Magicians of the Gods– que proporcionó la primera evidencia de una inundación
catastrófica en América del Norte, en particular en el noroeste del Pacífico, en los terrenos pelados erosionados, un área que he investigado intensivamente para Magicians of the Gods. J. Harlan Bretz estaba en lo cierto al 100%, pero su propuesta tardó desde los años 20 hasta casi los 70 en ser aceptada como correcta. Y antes de ello, se le había sometido a las injurias más graves y desagradables, que un hombre más débil no hubiera podido soportar. Al final, resultó que Bretz tenía razón y vivió hasta la edad de 99 años. Y cuando se le concedió el honor más alto para un geólogo en los Estados Unidos, dijo: “Lo único que lamento es que todos mis enemigos han muerto, y no tengo nadie ante quien regodearme”.

DT: Si existiera un esfuerzo activo para olvidar u oscurecer la historia, ¿por qué sería? 

GH: No estoy seguro. No quiero ir en la dirección de una conspiración. Creo que es sólo la forma en que trabaja la mente de las personas. Nos resulta difícil concebir ciertas cosas, o aplicarlas a nosotros mismos. Es posible que haya una conspiración; he contemplado mínimamente esta posibilidad en el libro. No me gustan las teorías de la conspiración, es un área de investigación en que los hechos se minimizan y la especulación se agranda y se extiende. Cuando miro al modo en que las ideas de los catastrofistas han sido sistemáticamente negadas, a veces durante décadas hasta que se demostraron correctas... sucedió lo mismo, por cierto, con el impacto que eliminó a los dinosaurios. Inicialmente no había científicos que creyeran en ello. Luis y Walter Álvarez, que originalmente propusieron la idea de un impacto cósmico hace 65 millones de años, fueron objeto de insultos y persecución, y también ellos fueron finalmente reivindicados.

DT: ¿Tiene conocimiento de la obra de Steven y Evan Strong en Australia?

GH: Conozco a Steven y Evan Strong. Ellos tuvieron la amabilidad de mostrarme una serie de lugares interesantes en Australia el año pasado. Tengo mucho respeto por su trabajo de campo y he abierto mis ojos a los misterios en Australia, que tengo la intención de ver en el futuro. Australia no ha sido un gran foco de mi trabajo hasta ahora.

DT: ¿Alguna vez sufre de “fatiga de Apocalipsis”? Parece que es un elemento básico de la actividad humana pensar que hay un cataclismo a la vuelta de la esquina.

GH: No, no sufro de “fatiga de Apocalipsis”, y tampoco voy por ahí pensando que el fin del mundo está cerca. Yo creo que deberíamos prestar mucha más atención a nuestro entorno cósmico. Por el momento la raza humana tiene sus prioridades desquiciadas. Somos capaces de gastar miles de millones de dólares al año en armas de destrucción masiva, listos para fulminar el uno al otro y destruir este hermoso y valioso hábitat, la Tierra, que nos ha dado el universo. La humanidad muestra en este momento todos los signos de ser una especie enloquecida e inconsciente, totalmente dedicada a la producción y el consumo de bienes materiales, y está poco interesada en los asuntos del espíritu y negligente con respecto a este hermoso jardín en el que nos encontramos.

Si vamos a asumir la responsabilidad de la vida humana en serio, deberíamos inspeccionar de cerca y detalladamente  nuestro entorno cósmico inmediato. En el libro he llamado la atención sobre el hecho de que la corriente de restos del cometa gigante que causó el cataclismo hace 12.800 a 11.600 años todavía está en órbita. Esta corriente de meteoros se llama las Táuridas, y pasamos por ella dos veces al año. Si fuéramos inteligentes pondríamos una gran atención en los objetos que orbitan en la corriente de meteoros de las Táuridas. Y si, como parece probable, algunos de ellos amenazan la Tierra en el futuro, tenemos la tecnología y la capacidad de evitar dicho peligro[2]. Sólo estoy interesado en el tema de los futuros cataclismos en la medida en que podamos evitarlos, y el conocimiento previo de ellos ayudaría a evitarlos, y yo creo que este es el caso de la amenaza cósmica. Existe una amenaza, existe un peligro en curso. La mayoría de los astrónomos responsables y serios estarían absolutamente de acuerdo con eso.

Marcamos el Día Mundial del asteroide el 30 de junio, que es un intento de llamar la atención sobre los peligros de nuestro entorno cósmico inmediato, y para hacer algo al respecto. Probablemente somos la primera civilización en la historia de la Tierra que tiene la capacidad de intervenir en nuestro entorno cósmico y evitar o desviar objetos que puedan poner en peligro la vida. Creo que lo estaríamos haciendo mucho mejor si empleásemos nuestros recursos de manera más responsable –una gran parte del dinero que gastamos en actividades militares inútiles en este momento– y los canalizásemos a un proyecto de vigilancia espacial que garantizara que la Tierra nunca vuelva a sufrir el tipo de desastres que sufrió hace entre 12.800 y 11.600 años. Vamos por el camino de la insensatez y la locura con nuestro gasto militar. Con todo el miedo, el odio y la sospecha que circula en el mundo en este momento, tenemos que reconocer que todos somos hermanos y hermanas, somos una sola familia humana, y tal vez la posibilidad de hacer frente a una amenaza común compartida sería precisamente lo que nos uniría.

DT: Es irónico, ¿no? Puede que un arma de destrucción masiva esté planeando sobre nosotros ahora mismo.

GH: Sí, exactamente. Esto es posible. Varios astrónomos (incluyendo a Bill Napier) y el matemático Emilio Spedicato de la Universidad de Bérgamo, están profundamente preocupados por la corriente de meteoros de las Táuridas. Ellos creen que tiene una serie de objetos muy grandes, incluyendo uno que puede tener 30 kilometros de ancho, y la Tierra cruza esta corriente dos veces al año. Algunos cálculos indican que podemos estar cruzando una parte particularmente densa y peligrosa de esta corriente en los próximos 30 años, más o menos. En realidad, nada podría ser más urgente. Tenemos que prestar atención a este problema. Necesitamos identificar los objetos que pongan en peligro la Tierra, y tenemos que desplazarlos. Todo se puede hacer, sólo se necesita voluntad. Ya tenemos la tecnología. Pero mientras vamos por ahí temiendo, odiando y sospechando unos de otros, nuestro ojo no está en la diana. Nuestros ojos están en el lugar totalmente equivocado.

DT: No podría estar más de acuerdo con usted.

[1] Típica expresión anglosajona que indica el origen o causa evidente de un efecto observado: el humo delata que la pistola ha sido utilizada.
[2] De hecho, en otra entrevista, Hancock menciona que el catastrófico evento que tuvo lugar en Tunguska (Siberia) en 1908 fue probablemente fruto del impacto de un fragmento de las Táuridas que cayó sobre nuestro planeta (por fortuna en una región apenas habitada), justo en uno de los dos periodos anuales de cruce de la Tierra con esta corriente de meteoritos.