lunes, 22 de junio de 2015

REPORTAJE A JULIO GOYÉN AGUADO

Como ya es costumbre, seguimos recordando a una de las personas que inspiraron el motivo de nuestro blog: Julio Goyén Aguado, este admirable espeleólogo, y explorador de abismos insondables. Una entrevista publicada en la revista La Nación, el 25 de Agosto de 1996 por el periodista Jorge Palomar. Como también ya es costumbre agradecemos a Javier Stagnaro, amigo y colaborador de Goyén Aguado, por facilitarnos este material de su incomparable archivo.

Julio Goyén Aguado
La palabra suena difícil: espeleología. Pero para Julio Goyén Aguado es la puerta de entrada a un mundo fascinante y verdaderamente primitivo: el que vive en las grutas y cavernas, en las  entrañas de la tierra
Son muy pocos los hombres en nuestro país que aceptan con orgulloso pacer ser llamados cavernícolas. En la práctica lo son aunque la ciencia se haya encargado de distinguirlos con más propiedad: espeleólogos. La palabra proviene del griego, spelaion (caverna) y logo (estudio).
  En la Argentina, no son más de de veinte los espeleólogos profesionales que suelen husmear el interior de esa especie de burbujas  subterráneas con la misma naturalidad que uno camina por el jardín de su casa.
 Exploradores natos, “la mayoría de ellos han incorporado a su título de geólogo, biólogo, cartógrafo o antropólogo esta actividad que nació como un hobby en mi adolescencia", cuenta Julio Goyén Aguado,  fundador, en 1970, del Centro Argentino de Espeleología. El auge de esta nueva forma de investigación abrió caminos: hoy funcionan más de quince instituciones en todo el país dedicadas al estudio de las cavernas. "Mi primer acercamiento a las cavernas se lo debo a Julio Verne. Era muy pibe cuando leí Viaje al centro de la Tierra y a partir de esa lectura es como si hubiera explotado en mí una gran obsesión. Seguí leyendo otros libros, me pasaba horas y horas en las bibliotecas. A los veinte años, me compré un Dodge 47 todo destartalado y así empecé. Fui a Córdoba, a Mendoza, a La Pampa, a veces solo, a veces con mi hermano, a veces con algunos amigos. Había encontrado mi profesión." En 1995, el Concejo Deliberante lo distinguió con el titulo de Ciudadano Ilustre. Antes de eso, había acumulado una infinidad de viajes por el interior y por todo el continente. El turismo, además, tiene mucho que agradecerle: fue el primero en explorar la caverna de Las Brujas, en Mendoza, que luego se convertiría en uno de los puntos de atracción más visitado por los argentinos. "Me metí en esa caverna ochenta y cuatro veces, y en cada viaje siempre descubría algo", aclara.
Por esas cosas de las pasiones paralelas, en 1975 Goyén Aguado se relacionó con el astronauta Neil Armstrong, acaso también el más famoso de los espeleólogos. Así, el primer cavernícola argentino y el primer lunático del mundo -si se aceptan las licencias- se hicieron grandes amigos. "La última expedición que hicimos juntos fue a la caverna de Los Tayos, un lugar fantástico en la sierra del Cóndor, en plena selva ecuatoriana. Por ser de clima tropical, la fauna que se desarrolla allí es impactante. Recuerdo el susto que nos pegamos cuando nos cruzamos con tarántulas gigantescas de más de diez centímetros de diámetro. En un momento, Armstrong y yo nos quedamos como paralizados al verlas. Pero el secreto era no tocarlas ni espantarlas..."
Lo desconocido ha obsesionado al hombre desde tiempos inmemoriales. La superficie terrestre ya casi no encierra secretos; se sigue explorando el universo y aún no se han aclarado todos los misterios que guardan los mares y los océanos. La ciencia no dudó al afirmar que 1856 fue trascendental para las investigaciones antropológicas. Ese año fue descubierto en una gruta de conformación calcárea, en el Valle de Neander, cerca de Düsseldorf, Alemania, el esqueleto de un hombre presumiblemente antediluviano: el Hombre de Neanderthal. El hallazgo de la Cueva de Neanderthal, si bien no fue el primero de su tipo, sirvió para iniciar, la era de la búsqueda de huellas prehumanas, además de conducir a la investigación del pasado de las razas. Y abrió paso, también,  a la idea de la existencia de un primitivo hombre de las cavernas. "Desde su aparición en la Tierra -explica Goyén Aguado- , el hombre reemplazó la falta de conocimiento con imaginación. Lo que ignoraba era temido y por eso nacieron los mitos como posible  explicación o revelación".  "El mundo subterráneo era pavoroso para él.  Así surgió el Tártaro, un profundo abismo habitado por monstruos ciegos,  deformes y tristes.  En la distribución del mundo que la mitología hizo entre los dioses, a Neptuno, junto con el poder sobre la aguas, le correspondió el universo secreto de las simas". "Vulcano, cojo y deforme, poseía sus fraguas en el ceno de los volcanes. Los Titanes fueron desterrados a las tinieblas por su maldad. Polifemo fue pensado como un cíclope malvado que vivía en una gruta cuando se apoderó de Ulises. Y para los nórdicos, en los abismos subterráneos vivían los enanos forjadores del metal, los gnomos, espíritus funestos para el hombre”.
A diferencia de lo que ocurre en otros países, la espeleología no tiene base académica en la Argentina. No es una carrera universitaria. "Por eso, cada vez que iniciamos una expedición, la planificamos con biólogos, paleontólogos, arqueólogos. Nosotros somos algo así como los primeros exploradores, los que abrimos las puertas para, luego, facilitar el trabajo de los científicos. En realidad, nos necesitamos unos a otros." Saltos de agua y lagos subterráneos; sifones, simas y abismos de profundidades desconocidas; columnas, velos y estalactitas que a veces acarician las estalagmitas; salas de cincuenta metros de alto y galerías interminables, algunas de ellas de hasta cien kilómetros de recorrido. Temperaturas estacionadas entre 4 y 7 grados. Humedad. Silencio. Y oscuridad. En ese mundo se mueven, a veces como topos, a veces como pájaros, los espeleólogos.  "¿Qué siento? Una paz formidable -dice Goyén Aguado-. No hay agresión. Es como estar suspendido en el tiempo. Es como volver al vientre de la madre. Como dicen en el Norte, reencontrarse con la Madre Tierra, con la Pachamama."
La vocación de Goyén Aguado nació como una obsesión literaria alrededor de una novela de Julio Verne
  Investigan. Encuentran muchas respuestas, pero las preguntas nunca se terminan. ¿Cuánto falta por conocer todavía de ese mundo increíble y complejo de las sombras, modelado desde los orígenes mismos del planeta? "Hay mucho por ver en el reino de las tinieblas, en eso que nosotros llamamos el sexto continente", resume el explorador, atrincherado en su vieja oficina de un primer piso de la Avenida de Mayo al 600, repleta de papeles y mapas, de fotografías, carpetas y libros que van del suelo al techo.                                                                                                                                     



                  

sábado, 13 de junio de 2015

¿ES UNA SOLUCIÓN LA TEORÍA DE LOS ANTIGUOS ASTRONAUTAS? Por Erich von Dániken


Tengo en mi mesa de trabajo más de veinte mil recortes de Prensa que se refieren, directa o indirectamente, a la teoría de los antiguos astronautas. De su lectura se desprende que existe un gran número de objeciones serias a esta teoría. Sin embargo, ésta no nació únicamente de mi cerebro desequilibrado. Asimismo, me permitiré responder a estas críticas. Nuestra teoría plantea como principio la existencia de astronautas extraterrestres y sostiene que vinieron a la Tierra en un lejano pasado. Se trataba de unos visitantes que pensaban, sentían, actuaban y disponían de una poderosa tecnología.
Seguidamente veremos otros aspectos de nuestra teoría. Empecemos por el principio. ¿Qué es la inteligencia? Para mí, la inteligencia lleva necesariamente a la conquista del espacio. En efecto, muchas mentes honradas creen que si la salida de la vida de los océanos fue un fenómeno puramente instintivo, la próxima etapa, la salida de la vida de la atmósfera al espacio, del Planeta al Cosmos, será debida a la inteligencia. Este es el punto de vista que expresa el gran sabio norteamericano Loren Eiseley en L'Immense Voyage.' Eiseley cree que el fenómeno se ha producido ya: «¿Quizá venimos del espacio y queremos regresar al mismo con ayuda de nuestras máquinas?» Otros partidarios de la astronáutica son del mismo parecer. Sigan ustedes conmigo esta hipótesis: un planeta en el que nace la inteligencia. Esta inteligencia llega a dominar a las otras especies. Mira hacia el cielo, donde brillan puntos de luz. ¿Qué son estos puntos luminosos? Se plantea la pregunta. La Ciencia le aporta la medida de las distancias y de las posiciones. Más tarde o más temprano se produce el viaje en el espacio, sean o no parecidos al hombre estos astronautas. Sólo en nuestra galaxia se encuentran cien mil millones de estrellas fijas. La estadística deja pensar que gran número de Planetas pueden llevar en sí las sustancias que son los preliminares de la vida, y un número más pequeño de planetas pueden contener la vida propiamente dicha. Por tanto, la vida es la evolución que conduciría a algo más o menos parecido a nosotros.
No quiero decir exactamente parecido. No rechazo la posibilidad de formas de vida con cuatro ojos y siete dedos. Sin embargo, existen razones para creer, según los trabajos de Bernal en Gran Bretaña, que toda forma de vida avanzada debe de tener una simetría en cinco o su repetición, como entre los ciempiés. Esto permitiría deducir que constituyen una imposibilidad biológica los seres con siete dedos. Pero yo considero muy probablemente como características generales una cabeza sobre los hombros, unos órganos que puedan aferrar y unos pies que permitan desplazarse. Y ello por razones lógicas. Por ejemplo, el cerebro debe hallarse lo más cerca posible de los ojos. Muéstrenme ustedes un solo animal que constituya en esto una excepción. De la misma forma, la nariz, en las especies que la tienen, está muy cerca de los pulmones. Nosotros mismos, productos de la evolución, nos hallamos a punto de llevar a cabo un desembarco en el planeta Marte. Por el contrario, Venus parece ser demasiado caluroso para nuestra especie. En Júpiter la gravedad es demasiado fuerte, y la atmósfera de metano-amoníaco, demasiado irrespirable para poder pasearse por allí sin protección. Sin embargo, nuestra historia en el Sistema Solar muestra cómo la vida se extiende de una manera perfectamente lógica. Confieso que ahora abandono la lógica para dar libre curso a la imaginación. En alguna parte de esta galaxia se encuentran y se encontraron planetas que producirían seres análogos al hombre. Algunos de estos seres resolverían el problema del viaje interestelar para grandes distancias. Para ello, estas inteligencias extraterrestres tuvieron que vencer el tiempo. La relatividad muestra que el tiempo se contrae a grandes velocidades. Nuestros hipotéticos viajeros, al utilizar el principio de la relatividad, pueden realizar viajes que durarían veinte años para ellos, pero cien mil años en lo tocante al planeta del que partieron.
Al regresar informan a su especie acerca de que la vida existe en otros lugares. También les dicen que existe un determinado número de planetas que llevan sustancias prebióticas. ¿Cuál es la proporción de estos planetas? ¿Uno de cada diez mil? ¿Uno de cada veinte mil? ¿Uno de cada treinta mil? No lo sé. Pero algunos de estos planetas pueden ser explorados y colonizados. Creo que entre estos planetas se hallaba la Tierra, en la que tanto las mitologías como los libros sagrados muestran la intervención de los antiguos astronautas. «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza.» «Adán y Eva fueron creados a partir del barro de la Tierra.» ¿Por qué no? Hoy sabernos que las mutaciones artificiales son posibles. «Mi querido señor Dániken, hace usted especulación desenfrenada. No puede usted calcular ninguna de las duraciones de su tiempo imaginario.» A ello puedo responder que todos los días hacemos progresos en genética. Considero como posible la idea de que se puede hacer una especie intelectual en veinte años. Lógicamente, no se trataría de una mutación, lo cual apenas es posible en veinte años, sino de una transformación de los propios individuos. ¿Por qué no? Tal vez se partió de una especie que utilizaba sólo un porcentaje de su cerebro, para llegar bruscamente a la Tierra a una especie que utilizara diez veces mejor su cerebro, o sea, un diez por ciento, el hombre actual. Escritores de ciencia-ficción, como Paul Anderson, han imaginado esta posibilidad.
Si se trata simplemente de disminuir la resistencia al paso del influjo nervioso, no puede ser imposible. Digo que la teoría de la evolución no nos da cuenta en modo alguno de este fenómeno del nacimiento de la inteligencia. Los primates: gorilas, chimpancés, sobre los cuales no se ha producido intervención alguna, siguen en el bosque. Los he observado en la Naturaleza y jamás los he visto con pantalones. Se me habla de mutaciones espontáneas. Se trata de una teoría tan demencial como la mía. El darvinismo sigue siendo una teoría. En realidad, las mutaciones tienen una finalidad, y resulta difícil creer que las especies previeran tal finalidad hace quinientos millones de años. Cuando no se produce intervención, tenemos especies que no se mueven. Los escorpiones han vivido seiscientos cincuenta millones de años sin progreso alguno. A este respecto se puede emitir una hipótesis: el campo magnético terrestre varía. Es posible que las especies que han evolucionado sean las que contienen en su sangre un metal magnético: el hierro o el cobalto, por ejemplo, mientras que no han evolucionado, por ejemplo, las especies que no lo tienen. Esto parece ser coherente con los hechos. Habría que construir un «evolutrón» que sometiera a las especies a un campo magnético poderoso y variable. La idea no parece haber llegado a los biólogos. Cuando se contempla al ser humano, se ve que —desde los dientes hasta los músculos— no se originó al azar. Incluyendo un cerebro, demasiado grande por el momento, pero que servirá más en lo por venir. Yo no creo que se trate de un accidente. Creo que tienen razón las mitologías y las antiguas religiones: el hombre no está formado al azar, los dioses lo hicieron a su imagen.
Esta idea lo aclara todo. Incluyendo, además, la programación sexual de la especie y la pubertad. Creo que nuestro cerebro fue formado y programado, y que los biólogos clásicos no explicarán jamás por qué nacen niños humanos y no bebés cocodrilos. Lo mismo se manifiesta en el terreno del pensamiento. Si somos el resultado del pensamiento y de las acciones de los Otros, es preciso llegar a la conclusión de que éstos piensan como nosotros. Y los parecidos del pensamiento tal vez sean más importantes que los parecidos de forma; por lo menos, esto me parece lógico. Evidentemente, se plantean interrogantes. Si los Otros produjeron mutaciones en nosotros hace dos millones de años, ¿por qué no somos inteligentes hace dos millones de años? Mi respuesta es que lo somos desde hace ese tiempo y que, además, se encuentran huellas de inteligencia en el pasado. Personalmente creo que estamos separados netamente del mundo animal. Me atrevería incluso a emitir la hipótesis de que, al mismo tiempo que las mutaciones, los Otros dejaron en este planeta «cápsulas del tiempo», y que podemos esperar encontrar. Cápsulas de tiempos antiguos como relativamente recientes: veinticinco mil años, tal vez diez mil años sólo en el pasado. Sabemos que en la Historia han desaparecido los templos, las bibliotecas, los hospitales. En este sentido podemos citar la hermosa frase de Talbot Mundy, atribuida a un miembro de los Nuevos Desconocidos: «Benarés fue destruida siete veces, pero la Verdad permanece.» Sin duda se han destruido más libros durante el período que se extiende de dos mil años antes de nuestra Era, a mil años de la misma, que los que poseemos en esta época.
Sabemos también que ha habido épocas de oscurantismo, llamémoslas monarquías, teocracias, dictaduras, como quieran, en que desapareció de la civilización toda huella de viaje en el espacio, del dominio del tiempo, de la genética. Los monumentos permanecen, y tenemos un ejemplo de ello en la terraza de Baalbek.
Y aún: ¿cuántos monumentos han sido destruidos por los diluvios, los terremotos, etc.? ¿Y de cuántos los cataclismos han borrado y borrarán aún las huellas en lo por venir? Creo que también deberíamos depositar cápsulas del tiempo en puntos convenientemente elegidos: Polo Norte, Polo Sur, línea de partición entre las tierras y las aguas. Creo que también nosotros deberíamos, cuando pudiéramos, depositar cápsulas del tiempo en puntos lógicamente elegidos del Sistema Solar y especialmente en el punto de equilibrio entre la Tierra y la Luna. Ésta será una labor de generaciones futuras. En espera de ello nos quedan los mitos: las astronaves de Ezequiel,
las leyendas sumerias y muchas otras. Éstas sobreviven. Desde luego, convendría también explorar los continentes olvidados por la arqueología, como Australia y el África negra. Por el momento sólo podemos recoger indicios y publicarlos. Yo mismo he publicado centenares. Y seguiré haciéndolo. El escritor norteamericano Charles Berlitz atribuye las distintas catástrofes acaecidas en el «triángulo de las Bermudas» a una cápsula del tiempo que se encontraría en el fondo del Atlántico desde el hundimiento de la Atlántida y que emitiría señales que producirían interferencias tanto sobre las brújulas de los navegantes de otro tiempo como sobre las radioguías de los navíos y de los aviones de hoy. Descubriendo estas señales tal vez se llegaría a localizar y encontrar esta cápsula. ¡Quién sabe! Creo que el hombre que aprendió a volar y que sigue siendo capaz de aprender, llegará a la idea de los antiguos astronautas. Antes de ello convendría que ponga orden en su casa, que elimine las guerras y la superpoblación. Hago una llamada a todas las mentes lógicas de este planeta, a todos los especialistas, a todos los sabios. El problema de nuestro porvenir interesa a todos.



Este escrito de Erich Von Daniken pertenece a la obra El Libro de los Antiguos Astronautas (J. Bergier y H. Gallet, Plaza y Janés, 1982)

sábado, 6 de junio de 2015

CIVILIZACIONES "SIN RAICES" por Hans Schindler Bellamy


Últimamente se han realizado nuevos descubrimientos en las ruinas arqueológicas de Tiwanaku (Bolivia). Aquí recordamos un capítulo de la obra El libro de los Antiguos Astronautas, de Jacques Bergier y G. H. Gallet (Plaza y Janés, 1982), escrito por uno de los antiguos y principales investigadores de Tiwanaku, el profesor Hans Schindler Bellamy, autor entre muchos libros, de The Calendar of Tiahuanaco (1956)

Nacido, el 29 de marzo de 1901, en Viena (Austria). Profesor de lingüística en Viena y de arqueología preincaica en Sucre, Bolivia. Excavaciones en Perú, en Bolivia y en Israel (Jerusalén). Autor de numerosas obras filosóficas, mitológicas y arqueológicas.


El problema de arqueología probablemente mas misterioso y, sin duda, mas inquietante, es el del origen de muchas de las mas altas civilizaciones del pasado... y de algunas del tiempo presente. Estas civilizaciones "sin raíces" tienen muchos rasgos comunes y característicos. Parecen haber surgido "súbitamente" en pleno desarrollo en los lugares donde se encuentran sus huellas, a menudo desconcertantes por completo. Estos lugares de descubrimiento están generalmente situados en regiones muy elevadas del mirado. Prácticamente son siempre desérticas (o casi) en la actualidad, si bien parece que en el momento de su florecimiento existía allí un clima benigno, así como una flora y una fauna abundantes. En el curso del período comparativamente «breve» durante el cual fueron florecientes, estas civilizaciones mostraron generalmente pocos cambios. Parecen haber tenido fin de una manera casi tan brusca como empezaron y, por tanto, no haber sido debido a una acción enemiga, sino a alguna catástrofe o cataclismo tan grande como extenso (tal vez mundial). En consecuencia, los supervivientes de estas altas civilizaciones fueron poco numerosos y, probablemente por esta misma razón, casi desprovistos por completo de la capacidad mental y técnica de continuar o recrear la civilización perdida. He aquí por qué estos intentos, casi siempre muy lastimosos, suelen ser calificados habitualmente de «tardíos» o de «decadentes». Yo mencionaría sólo algunas de las más altas civilizaciones «sin raíces» que se encuentran acá y allá en el mundo (sin entrar en detalles por el momento), y cuya presencia está probada por restos maravillosamente originales o por vestigios «decadentes» dejados por sus descendientes o por ambos. Por ejemplo, tenemos la extraordinaria civilización antigua del Tibet, prácticamente borrada por la exuberancia de ulteriores aportaciones «religiosas» extranjeras: la (o las) cultura(s) preincaica de los altos Andes, principalmente de Perú. y Bolivia, y las antiguas culturas preazteca, tolteca, etc., de las altas mesetas mexicanas. La extraña, por no decir enigmática civilización maya, al menos en la forma en que la conocemos, no es, aparentemente, originaria de las altas tierras, mostrando, tanto en ello como en otros aspectos, similitudes con los orígenes de la civilización egipcia. Sin embargo, debemos mencionarla igualmente
como si se tratara, en todos los aspectos, de una civilización absolutamente «sin raíces». Aquí trataré, sobre todo, de la sola y única civilización sin raíces que, por una u otra razón, ha permanecido más o menos desconocida y oscura hasta el presente. Me ha interesado especialmente, en el curso de los treinta últimos años e incluso más, por los problemas relativos a la civilización de Tiahuanaco, cuyos restos, verdaderamente extraordinarios, se encuentran cerca del lago Titicaca, en Bolivia, a más de 3.000 metros sobre el nivel del mar.
El inmenso campo de ruinas cubre numerosas hectáreas. Las construcciones son de acuerdo con el modo megalítico, enormes bloques, admirablemente escuadrados, de una piedra de dureza casi vítrea (andesita), que pesan hasta las 200 toneladas y que están unidos sin mortero. Las puertas y las ventanas están excavadas en grandes bloques monolíticos. Al no haberse encontrado nunca ninguna herramienta adecuada en los alrededores, sigue siendo imposible comprender cómo estas piedras pudieron ser talladas con una tal perfección. Numerosos edificios (probablemente «templos» u otros lugares de reunión de multitudes) están erigidos a la perfección, lo cual sigue siendo aún hoy una labor delicada, incluso con todos nuestros teodolitos y otros instrumentos topográficos. ¿Cómo fueron transportados estos enormes bloques, ya que la rueda era desconocida? Éste sigue siendo otro enigma. ¿Por qué estos vastos lugares de reunión fueron construidos allá donde hoy la población que vive en aquellos parajes apenas llena la pequeña iglesia? No se sabe. Las cosechas en estas alturas, más bien frías, son escasas, y la vida es dura en el aire rarificado. El mundo de los tihuanaqueños de otro tiempo debió de ser muy distinto en todos los órdenes. Especialmente debía de hacer mucho más calor, con mejores condiciones climáticas generales. Debió de haber árboles y una vegetación abundante y variada. La latitud de Tiahuanaco es subtropical. Por otra parte, y según los vestigios encontrados, se puede pensar que Tiahuanaco, en tiempos antiguos, debió de ser una ciudad portuaria, mientras que actualmente la orilla, cubierta de fango y de cañas, del lago Titicaca, se halla a unos 25 kilómetros de distancia. Los monumentos arqueológicos más notables de Tiahuanaco son la llamada Puerta del Sol y las altas estatuas monolíticas.
La fachada de la primera está incrustada de notables glifos, soberbia e impecablemente ejecutados, y las segundas están cubiertas de los mismos todo alrededor. Mi colaborador Peter Allan, ya desaparecido, y yo mismo, al considerar estos glifos como «inscripciones» cronográficas, creímos haber podido hacer «hablar» y revelar sus secretos, una vez que los intentos de otros numerosos especialistas no condujeron a ninguna parte. Estos admirables glifos, grabados en bajorrelieve plano, constituyen la única forma de «escritura» jamás descubierta en toda la América del Sur, e incluso en América del Norte, donde sólo las inscripciones mayas son algo similares y han sido objeto de interpretaciones cronográficas, aunque de género distinto.
Los glifos cronográficos de la Puerta del Sol y de las estatuas monolíticas de Tiahuanaco dan una sorprendente entrevisión de un mundo muy alejado, muy diferente de nuestro mundo actual. Por desgracia me es imposible entrar aquí en detalles, ya que se trata de algo más bien complicado. Así, pues, remito, a aquellos que se interesen por un difícil desciframiento de mi obra, escrita en colaboración con Peter Allan: The Calendar of Tiahuanaco.
La civilización de Tiahuanaco, que surgió tan abruptamente en el mundo, en un extremadamente alto estado de perfección, llegó, al cabo de un tiempo relativamente corto, a un fin tan repentino como brusco. Dicho fin fue debido, sin duda, a un diluvio catastrófico, un gran cataclismo de origen cósmico que sumergió la región de este centro de civilización única. Escaparon, sin duda, muy pocos de sus habitantes, probablemente logrando salvar sólo su vida, y tal vez un poco de savoir-faire técnico, gracias al cual intentarían seguidamente restablecer, en sus nuevos hábitats, ciertos aspectos de su civilización perdida. Su resultado fueron las distintas pequeñas civilizaciones locales de las tierras bajas, caracterizadas por los llamados estilos «decadentes» de Tiahuanaco, o tihuanacoides. La mayor parte de éstos están muy lejos de los estilos «clásicos» originales. Estos últimos eran «significativos», mientras que los primeros son caricaturas de aquéllos, carentes de significado. Tal fue el fin de la civilización de Tiahuanaco. Pero, ¿de dónde procedía originalmente la sorprendente civilización de Tiahuanaco? Como quiera que jamás se han descubierto en ninguna parte formas «primitivas» —aunque las mismas pudieron muy bien quedar destruidas por un cataclismo—, hasta un arqueólogo muy prudente y ortodoxo se siente terriblemente tentado de seguir la teoría audaz, pero inmensamente provechosa, de Von Dániken, según la cual las altas civilizaciones habrían sido implantadas en la Tierra por extraterrestres: los antiguos astronautas. Creo que la idea merece, sin duda, reflexión, y todos los argumentos en pro y en contra deberían ser minuciosa y seriamente pesados y examinados. Esta forma de actuar no debería ser tomada como una manera fácil de escapar a un callejón prácticamente sin salida, sino también como una solución realmente posible de lo que, de otra forma, permanece como uno de los más grandes enigmas de la arqueología.


Post-scriptum. En el curso de un reciente viaje de investigación a las altas tierras de Bolivia, por parte de un grupo de partidarios de Daniken, en el que participó Josef Blumrich, de la NASA, se encontró cierto número de instalaciones muy curiosas que, si algo significan, demostrarían que desde allí fueron lanzadas naves espaciales.