lunes, 4 de agosto de 2014

"CASO FAWCETT"

Desde la desaparición del ya mítico Coronel inglés Percy Fawcett en las frondosas y peligrosas selvas del Matto Grosso (Brasil), se han tejido numerosas teorías, desde las más racionales hasta la más fantásticas relacionadas con lo esotérico (ciudades subterráneas, restos de la civilización atlante, planos dimensionales, etc.). Sin descartar ninguna de ellas, en este artículo vamos a transcribir- por resultarnos curiosas e interesantes-  las vivencias y opiniones del gran explorador del Amazonas, el brasileño Eduardo Barros Prado. En su libro Yo viví con los Jíbaros (1959)
nos cuenta, ante la pregunta de un interlocutor escoces que había buscado sin éxito al perdido Coronel:
 -¿Qué opina del "caso Fawcett"?
 -Ha muerto. El y sus compañeros fueron trucidados por los indios, debido a su incomprensión, su falto de conocimiento de la zona y de sus habitantes, su ignorancia total de las lenguas habladas por varias tribus mattogrossenses y la rigidez del trato que usaron para con los indígenas.
(...) -"Amigo MacMurray, yo vi a Fawcett".
 A continuación Barros Prado narra aspectos de la vida de Fawcett conocidos en esos años:
 De fuentes autorizadas se sabe que Fawcett había abrazado el budismo al punto de que siempre llevaba consigo un Buda diminuto; él mismo decía que le había sido entregado por un mendigo desconocido en Ceilán (...) le dijo: -"Es para usted, señor. Este Buda va a seguirle toda la vida y se encargará de señalarle sus horas de felicidad...."
 Antes de retirarse -agregaba-, el mendigo le advirtió que nunca permitiera que manos extrañas tocaran su talismán.
 Posteriormente, viajando por Marruecos como integrante del Intelligence Service destacado allí, un astrólogo le vaticinó que un día no muy remoto, sus hazañas "habrían de ser conocidas por todo el mundo civilizado".
(...)  Percy Fawcett habia leído en libro sobre la existencia de los tesoros de Rey Randy, y entusiasmado, resuelve viajar a Colombo (India), para iniciar excavaciones en la zona indicada. Según las mismas fuentes de información, mientras cumplía estas tareas entraron en contacto con él dos astrólogos que, procedentes del norte de la India, se encontraban de paso por el lugar. Ellos le aseguraron que Jack Fawcett (su hijo) sería el fundador de una noble raza en tierras distantes, tierras en las cuales ambos desaparecerían para siempre.
(...) Más tarde Fawcett se saturó de lecturas sobre la teoría del hundimiento de continentes en el Océano Atlántico. Conocía casi de memoria los diálogos de Critias y Timeo narrados por Platón y devoró cuanta información encontró al respecto. Decidió llevar las cosas a terreno de la práctica, viajó a Río de Janeiro y luego a Bahía, visitando los museos en los que se dedicó a revisar viejos documentos escritos en portugués antiguo, lengua que dominaba. Quizás sea uno de estos documentos el responsable de toda la tragedia ocurrida pocos años más tarde.
Fawcett (en el centro) en una de sus expediciones por Bolivia
En uno de esos pergaminos (año 1700) se cuenta que tres audaces bandeirantes (companías de aventureros organizadas en Sao Paulo, Brasil, siglos XVI al XVII)  encuentran en las selvas del Matto Grosso, una ciudad abandonada en la que los edificios eran de oro con inscripciones extrañas en las fachadas. También encuentran, según dicho documento, los senderos de unas minas abandonadas - las de los Araés- .
 Continuemos con Barros Prado:
 Se sabe  ciencia cierta que al penetrar osadamente en un campamento Xavante, Rimmel (el fotógrafo que acompañaba al coronel y su hijo) había sido herido de un lanzazo en la pierna izquierda. Hay testigos que afirman haberlo visto renguear. Los portadores los abandonaron cuando comprendieron que el rumbo los llevaba a un territorio de que, por regla general, nadie retorna. Después de esto una verdadera cortina pareció correrse y dejar tras de sí todos los detalles que el mundo desea conocer sobre la suerte corrida por los tres expedicionarios. Nada se supo hasta  el año 1933, en que un garimpeiro (buscador de piedras preciosas en el Amazonas) ruso, de mediana cultura, aportó la sensacional noticia de que Fawcett estaba vivo y habitaba la zona del Kuluene, en un rincón de la selva, junto a un afluente de éste. Afirmaba haberlo visto como jefe de una tribu y mostraba una fotografía que, aseguraba, era de Fawcett. La misma dejaba ver a un anciano de cabellos y barba muy largos. El garimpeiro decía que el mismo Fawcett había resuelto no retornar a la civilización, no volver jamás a Europa y permanecer radicado entre los indios súias, de quienes virtualmente era jefe. Según el mismo informante, Fawcett decía que la ciudad en procura de la cual había salido, existía realmente, pero que estaba celosamente guardada por una tribu de gigantes blancos, bravos guerreros que la defendían con ferocidad.
 No había transcurrido un año de recibida la sensacional noticia, cuando un cazador suizo de nombre Esteban Rattin, gran conocedor de la zona y eximio perseguidor y cazador de tigres, aseguró haber visto al explorador británico junto a un afluente del Xingú, más allá del terrible río de las Muertes. Según Rattin había cambiado unas palabras con Fawcett y éste le había asegurado -en idioma ingles, recalcaba el informante- , que  se trataba, en efecto, del desaparecido explorador. Decía también que comandaba una tribu de indígenas, varios integrantes de la cual le acompañaban cuando él lo encontró. Lo consideraban jefe supremo, pues creían que era un dios encarnado en un hombre blanco.
(...) En 1936, una mujer integrante de la tribu de los Caiapó, que fue llevada a la Mision Dominicana instalada en la zona de la isla del Bananal, le dijo al misionero que la atendió que en la tribu vecina a la suya vivía un anciano muy parecido a él, no solo por su talla, sino también por su barba blanca y la calvicie. Agregó que un joven, también blanco (¿Jack?), era el tuchaua de la tribu citada y se había casado con la hija del anciano jefe fallecido, con la cual había tenido varios hijos "carahibas" (blancos). Meses después, un grupo de británicos integrantes de un equipo cinematográfico, encontró en manos de un guía indio una brújula que había pertenecido a Fawcett. Animado por el hallazgo, el marqués de Winton, director del equipo, siguió al indio en busca del explorador... y no volvió jamás. Buscado el marqués, a su vez, por gente de su compañía, fue encontrado el cadáver, ya en descomposición. Los indios le habían herido, y el curare había completado el trabajo.
 Después, el coronel brasileño Noronha afirmó haber visto a Fawcett cerca de la divisoria de las aguas del Xingú y el Tapajoz, en las inmediaciones del puesto Batovi. Dijo que incluso llegó a hablar con él. Fawcett, jefe de los indios, le contó que estaba tratando de ubicar el rumbo hacia las minas de los Martirios, que se han mantenido en secreto desde los tiempos de la conquista, hablándole también de los vestigios, que conformaban -según él-  la existencia de la Atlántida, en las tierras que estaba recorriendo. Luego le enseñó varias piezas de cerámica antigua con dibujos y jeroglíficos que, descifrados, le daban la seguridad de que la Atlántida estaba ubicada en el paralelo en que, insistía, debía buscarcela, esto es, en el paralelo 12° S,  y que él, por su parte no retornaría a la civilización mientras no pudiera probar lo que decía. (...) que la Atlántida había existido, que 15.000 años antes la zona que estaban recorriendo había formado parte de un continente que se había hundido y sobre el cual vivían 60.000.000 de habitantes, los remanentes de los cuales estaban ubicados allí, en las tierras inaccesibles situadas entre los paralelos 10° y 12° S, y que seguiría en su búsqueda hasta encontrar dichos habitantes.
 (...) los hermanos Vilasboas, cuatro avezados y experimentados 
sertanistas, aseguraron haber dado con el verdadero rastro de los
 ingleses desaparecidos, descubriendo el esqueleto del coronel Fawcett enterrado conjuntamente con su machete Collins, del que no se separaba jamás(...)
 En una expedición comandada por dichos hermanos a la aldea de los Kalapalos, estos indígenas les afirmaron que tales restos pertenecían al "ingulesi" (inglés), si bien Brian Fawcett (otro hijo del coronel), ingeniero en ferrocarriles e integrante de la expedición, se aseguró antes de verlos que no era posible que fueran los de su padre. (...) dijo -"Si bien es cierto que yo- en oposición a cuanto piensa mi madre-, no creo que mi padre esté vivo aún, creo, sí, que quien vive es mi hermano Jack.
Según les cuenta un jefe de los Kalapalos a los Vilasboas, llamado Cavuquirá, dando abundantes detalles, varios incidentes entre los exploradores británicos y los miembros de su tribu, e incluso con él, contribuyeron a que la estadía de los blancos entre su tribu se tornara totalmente insoportable para los indígenas. Lo que terminó en el asesinato (a golpe de borduna) de Fawcett y sus acompañantes al borde de la laguna de La Matta.
Tribu Kalapalos
 A pesar de estos relatos Brian Fawcett dijo: - "Estoy convencido que los indios habrán matado a tres extranjeros, ya que así lo afirman; pero nadie puede llegar a convencerme que se trataba de mi padre, mi hermano y su amigo".
 Para finalizar este artículo, contaremos como Eduardo Barros Prado dice haberse encontrado personalmente con Percy H. Fawcett en la selva de Matto Grosso:
 (...) el 26 de Enero de 1928, regresaba yo a Cuyabá (...) acompañado por un goyano de nombre Jandóca (Yandoca), amigo muy conocedor y baqueano de la zona. Faltaban todavía más o menos 160 kilómetros  para alcanzar nuestro destino cuando decidimos hacer un alto para abrevar las tres mulas y descansar nosotros, aprovechando la presencia de un tributario del río Casca, afluente a su vez del Manso.. Mientras me disponía a encender el fuego y esperaba la llegada de Jandóca, que debía traer más leña, daba un necesario descanso a mi fatigado cuerpo. Cuando regresó el goyano, cargado ya con la leña necesaria, me comunicó que muy cerca del lugar donde estábamos, bajo unos taperebás, había una choza y junto a ella, sobre un tronco, estaba sentado un viejo de larga melena y barba que en  su opinión, se parecía a la estampa de San Juan Bautista, que él conservaba en su casa de Goyaz, le había dirigido la palabra pero el anciano parecía petrificado, no prestándole la menor atención. Agregó Jandoca que la única señal de vida que descubrió fue un leve movimiento de la mano, con la que apartaba los mosquitos, que se cebaban en sus brazos velludos.
 (...) así pues  decidí seguir los pasos de Jandóca, que me servía una vez más de guía, y juntos nos dirigimos hacia la choza.(...) Cuando llegamos a la pequeña explanada donde se hallaba el rudimentario ranchito, pudimos ver que el anciano se hallaba sentado en una barranca absorto en la contemplación de sus pies, que mantenía en el agua. No nos oyó llegar, o hizo caso omiso de nuestra presencia. Su espalda, muy transpirada, estaba siendo atacada por una nube de mosquitos que parecían empecinados en taladrar su desteñida camisa caqui. Una hirsuta cabellera grisasea de canas, rodeaba su cabeza y le llegaba a los hombros; giró ésta lentamente, molesto quizás por mi insistencia en entablar conversación con él, y al hacerlo, me llamaron la atención sus cejas, pobladas en extremo, lo mismo que el bigote, en evidente contraste con el cráneo, casi totalmente calvo. El cabello, abultado al estilo de los franciscanos y de nacimiento cercano a las sienes, le daba el aspecto de un hombre de las cavernas. Era un ser realmente extraño, e inspiraba muy poca simpatía, por su aspecto hostil y su mirada casi agresiva.
 Agoté los medios para entablar conversación con quien ya pensaba que podía llamarse "el ermitaño del Casca" y cuando vencido en mis esfuerzos y avergonzado por mi insistencia, me retiraba, bajo la mirada inquisitiva de Jandóca, antes de alejarme, pensé: -¿Será algún garimpeiro extranjero, que no entiende mi lengua?- Mirando de soslayo el rancho, noté que adentro había más de un catre y pensé que su guía o acompañante había salido en busca de caza. Traté de hacerme entender en francés, pues recordé que había habido catadores belgas en el distrito de Burity; pero solo el silencio fue la respuesta. Entonces ya desanimado y dándome cuenta que lo molestaba, le pregunté en inglés:
"What can I do for you?" (¿En qué puedo servirle?)
 El anciano torció lentamente su desproporcionada cabeza en dirección a mí y contestó con voz opaca, casi ronca: "Leave me alone". (¡Déjeme tranquilo!).
 (...) cuando casi había transcurrido un año, retorné  a la civilización. Al hacerlo y leer los periódicos, me enteré de la desaparición de Fawcett y sus compañeros y, casi sin darme cuenta, me encontré pensando: "¿No sería aquel ermitaño del Casca?"
 Tres años después tuve ocasión de leer un libro de Roger Courteville, un francés que en un coche Renault cruzó América de costa a costa, yendo de Río de Janeiro a Lima. En una de sus narraciones cuenta que encontró un anciano con las mismas señas del que yo había conocido en el mes de Enero del mismo año, es decir, también en la misma fecha y en un punto situado entre los 54° 8' long. oeste y los 16° 8' 32" lat. sur, la zona que yo había recorrido (...)
 El anciano a que hacía referencia era el coronel Fawcett. Ambos lo habíamos visto sin imaginar quién era.
(...) Quizá sintiera recelo ante su fracaso; quizás abrigara la esperanza de alcanzar aún la ciudad perdida, de develar el misterio de la Atlántida, de las minas de los Martirios de que habló Stein; quizá después de todo y sin razón aparente, prefiriera esa vida a la que le ofrecían los medios civilizados.
 Courteville dice que, por no haberlo visto jamás, no había podido reconocerlo; yo, en cambio, lo había visto, aunque a la distancia y muy rápidamente
(...) -"Ya ve, MacMurray, yo fui uno de los que tuvieron la oportunidad de tenderle la mano a Fawcett, y también la mía, como las demás fue rechazada..."
 Contra todas mis suposiciones, MacMurray, tercamente seguía pensando que Jack Fawcett no había muerto. Estaba seguro de que era el jefe respetado y temido, el tuchaua de una tribu aislada en las cabeceras de Xingú. Me dijo que un indio que había encontrado moribundo a orillas del Kuluene se lo había asegurado cuando él, ya pobre y presa de la fiebre, abandonaba su búsqueda a fines de 1934.
 -"¡Jack Fawcett vive! Si se anima, míster, vamos a buscarlo".


Coronel Percy H. Fawcett