martes, 28 de junio de 2011

ESFERAS ¿EXTRATERRESTRES?

Hoy en día conocemos infinidad de casos donde mucha gente ha visto, fotografiado y filmado pequeñas esferas luminosas sobrevolando distintos lugares. Desde los famosos foo-fighters que empezaron a observarse durante la segunda guerra mundial, hasta tiempos más recientes, donde personas que aseguran ser “contactadas”, comenzaron a llamar a estos objetos “Canéplas”. Aunque, según los relatos de testigos, estas esferas aparentan ser de contexturas sólidas en algunos casos, en otros, parecen ser bolas de energía que atraviesan lo material. En Argentina son conocidos muchos avistamientos en Capilla del Monte (Córdoba) y en Victoria (Entre Ríos), por dar dos ejemplos de nuestro país. También se las asocia al fenómeno de los agroglifos en los cultivos en los campos de cereales, en algunas zonas de Europa, sobre todo en el sur de Inglaterra. ¿Qué podrían ser estas esferas? Investigadores y “contactados” parecen coincidir en que serían una especie de “observadores”, aunque para algunos: robots a control remoto (enviados desde alguna nave) que monitorean y filman o transmiten todo lo que observan, para otros: “seres energéticos” con vida propia o en todo caso “bio-mecánica”. Llegado a este punto, luego de esta breve reseña, ya que el tema requiere una investigación más profunda, quiero principalmente, contar una experiencia que me interesa sobre todo, porque les sucedió a unas personas, entre las cuales se encontraban dos sobrinos míos. Voy a transcribir el relato que por escrito, hizo el mayor de ellos:
 

"Eran cerca de las 21:30 hs. Tenía seis o siete años según recuerdo, y por detalles que debatí después con otros testigos de la escena, acordamos que esto transcurrió en el año 1996 ó 1997 en San Isidro, en la calle Nicolás Avellaneda 1051, entre las calles Pampa y Rolón. Yo, Dan Joel Crocsel, estaba en el patio de la casa a unos cinco metros del portón corredizo que daba a la calle. El hijo menor de Marta, quien en ese momento estaba en la cocina que comunicaba con el patio, la cual se encontraba a mi derecha teniendo en cuenta mi posición, se llama Marcelo, y estaba corriendo el portón para entrar su auto al patio en donde estábamos el marido de Marta y yo. El marido, Carlos, se encontraba sentado en una silla de espaldas a la pared que dividía nuestra casa de la del vecino, opuesta al portón de calle y ambos contemplábamos a Marcelo, Carlos lo estaba guiando a entrar el auto, yo miraba de chusma nomas. De repente, al abrir casi completamente el portón, Marcelo gritó sorprendido y señaló una especie de esfera resplandeciente de color verde, de tamaño similar a una pelota de fútbol, suspendida a poca altura del suelo un poco más atrás de la línea que dividía el patio de la calle. Inmediatamente luego del grito de Marcelo, la esfera de luzentró levitando muy velozmente con un moviiento similar al de una mosca y se detuvo muy cerca de mí, casi en el centro del patio. Con la inocencia de un niño, traté de atraparla, pero me esquivó con una velocidad y movimientos que recuerdan nuevamente al insecto volador antes mencionado. Siguió una trayectoria corta en el aire pasando por delante de los ojos de Carlos, superando la altura de la pared vecina y subiendo hasta desaparecer en la lejanía del cielo. Entré corriendo a contarle a Marta y le pregunté si había visto lo que sucedió pero contestó que no y viendo a su hijo y marido todavía mirando el cielo sorprendidos, me creyó. Al día siguiente Carlos me llama, sentado a la mesa de la cocina con el diario en la mano y me muestra con asombro una foto en donde se ven estas extrañas esferas de luz, en un lugar céntrico de San Isidro y con varias personas que las contemplan. Esto es lo que vimos anoche me dijo".

Ilustraciones: Dan Joel Crocsel

sábado, 25 de junio de 2011

AUSTERRIA (FINAL DEL PRIMER CAPÍTULO)



Publicamos en esta ocasión, con la debida autorizacion de Javier Stagnaro, el autor de AUSTERRIA, LOS TUNELES DE AGHARTA EN AMERICA, la continuación del primer capítulo de su libro, cuya primer parte publicáramos hace un tiempo. Aquí va para los lectores que se quedaron con las ganas de seguir leyéndolo:

La Caverna
Escondida
 

Cruzamos el Cañadón de la Mosca, donde el camino serpentea por entre los cerros, a gran altura. No faltan los comentarios sobre accidentes mortales entre sus curvas... varios cientos de metros más abajo se aprecian los restos de un antiguo colectivo que alguna vez se desba-rrancó. Al fondo los picos nevados de la Cordillera, como los hielos eternos del Perito Moreno devuelven como un espejo los rayos dorados del astro rey.
Dos horas de viaje después, una tarde fría, nos recibe en el final del trayecto. Se observan sobre el cerro Piltriquitrón varias nubes cubriendo su cabeza. La sombra de una tormenta empalidece nuestras perspectivas de escalarlo al día siguiente.
Tenemos algunos amigos en el pueblo a quienes contactar.
Dejamos un mensaje en el correo y nos dirigimos a la casa de la familia Straub. Carlos y Alicia, junto a sus cuatro hijos nos dan la bienvenida. La casa es acogedora, Carlos ha decidido hacerla él mismo y presenta señales de no estar del todo terminada. Reparte su tiempo con su oficio de técnico mecánico en el taller que tiene junto a la casa. Sin embargo su pasión es la montaña. Su hobby, investigar fenóme-nos extraños; preside el C.I.F.E. (Centro de investigación de Fenómenos Extraños), integrado por moradores de la comunidad de diversas nacionalidades, quienes se han dado cita en este rincón del planeta escapando de la rutina, del smog, la superpoblación y buscando un pequeño paraíso donde seguir creciendo como seres humanos, a costa de cierto lujo o comodidad.
El CIFE había sido organizado en 1984 por Juan Antonio Milia y Claudio Dutto tras haber dejado, en Buenos Aires, el Instituto de Investigaciones y Estudios de las Filosofías Trascen-dentales "Ser de Seres", donde nos hallábamos trabajando en torno al fenómeno ovni.
Recomendados por Milia, Straub nos recibió como si fuéramos miembros de su propia familia, hospedándonos en su casa. Ese mismo día por la noche, organizamos nuestros objetivos junto al calor de la "cocina económica", tomando unos ricos mates y saboreando pan casero con dulces regionales.
Desplegamos mapas, artículos periodísticos y bibliografía sobre la mesa, y estudiamos los pasos a dar. Dado que el Dr. Venzano había fallecido, decidimos localizar a Don Enrique, ciudadano de origen alemán, que había colaborado con Venzano en la confección del mapa regional. Se sumaron en nuestra búsqueda algunos miembros del CIFE, entre ellos conocimos a un matrimonio de cordobeses afincados en El Bolsón, Eduardo La Paz y María, padres de mellizos. Eduardo había organizado junto con Carlos Straub un "Grupo de Rescate", donde sus miembros se desempeñaban como bomberos, andinistas, buzos y baqueanos, en permanente alerta ante las adversidades que asolaron el lugar, siendo de conocimiento público, su accionar frente a los incendios desatados en la zona durante 1986 y el rescate de varios turistas perdidos en las montañas en esos años.
Una vez que confirmamos cierta información con Don Enrique sobre cavernamientos, nos fuimos en busca de otra fuente de consulta: la familia Carranza. "Javier" y "Osvaldo" Carranza (dos nombres que nos sonaban muy cercanos), habían pertenecido al CIFE, uno de ellos había sido compañero de estudios (en el curso de magisterio) de un miembro de la familia mapuche Huenchupán, quien en una ocasión lo había conducido hasta la boca de acceso de una caverna en el Cordón Serrucho Sud, hacia la entrada de El Bolsón.
En dicha cavidad (comentaba Javier Carranza), en otra oportunidad, habría ingresado un "Huinca" o Winka (que en idioma Mapuche -según la periodista chilena Malú Sierra, en su obra: ”Mapuche, gente de la Tierra”, designa a quienes no comparten ningún rasgo cultural con ellos, es decir quien es un “no hombre”, y representa un peligro. Sinónimo de extranjero ladrón. Siempre ha venido a matar y robar. La característica principal del “Winka” es su palabra sin valor: la mentira”) a caballo, de la cual salió espantado. Dicho comentario, que adquiere la calidad de rumor, es propio del folklore o tradición Mapuche. Así Cesar A. Fernández, dice en su obra:”Cuentan los Mapuches”, (relato de “la Salamanca de Anecón Grande”, narrado por Cayetano Antinilla en 1971, en la localidad de Bariloche), lo siguiente: ”El cerro Anecón Grande es altísimo. Es Salamanca ese Cerro. Eso sabía contar mi finado Padre... dicen que hay como un tubo adentro del cerro, pero grande, para entrar en una casa (la descripción correspondería a una “sima”, cavidad similar a una chimenea o cono volcánico). Es una casa adentro. Ahí vive el Diablo y van brujas, claro. Los Parfil saben bien. Ellos saben por que han ido allí. Los vivientes cuentan y mi Padre lo había oído, han sentido canto, fiesta, la gente que habla en la Salamanca de Anecón Grande. Muchos han ido a esa fiesta y van a pedir para saber muchas cosas. Saben decir que adentro del cerro, había como un museo. Que salen de toda clase de bichos, feos y malos, león, tigre, serpiente que asustan a la gente que va. La gente que iba tenía que ser valiente. El que pasaba, no tenía que hacer caso de eso, por que si se asustaba, si gritaba, al ver esos bichos, se volvía loco. Si era valiente le daba lo que pedía” Esta actitud y el comentario de los Carranza no podía significar otra cosa que dicha cavidad se tratase de una Salamanca. Alberto Vúletin en su obra: “Huecuvumapú” (curanderos, hechiceros y mitos de la Patagonia y Tierra del Fuego), nos aclara sobre estos Centros de Culto -verdaderas escuelas- con estas palabras: “La Salamanca es un antro, oculto para los iniciados en las artes de las brujerías, donde en las noches de los sábados se reúnen hechiceros, adivinos y brujos (Calcus), en compañía de los animales colaboradores y espíritus convocados con la finalidad de divertirse y planear sus actividades. Los que dicen haber estado allí alguna vez, lo describen como un recinto, iluminado con una luz de faroles alimentados con “aceite humano”, donde durante las reuniones los concurrentes ríen a grandes carcajadas histéricas, mientras los animales aturden con sus chillidos, ladridos y silbidos en una tremenda batahola. En su ambiente se realizan los conjuros y maldiciones más extrañas. Los asistentes para poder ingresar deben conocer el “santo y seña” establecido -como en la Masonería- sin cuyo requisito la entrada a la Salamanca (logia) permanece invisible. Si el requisito se cumple, podrán ingresar al recinto pasando por galerías tortuosas donde les esperan los más desagradables recibimientos, que deberán soportar sin amilanarse. Entre otros tropiezos a sortear, el concurrente (el Aprendiz, en la Masonería) se las verá con el Arunco (sapo de tamaño descomunal de color verde moteado, que cuida de que no mermen las aguas, especialmente las potables, conocido como "rana-toro” o "rana-buey”, de la familia Calyptocephalus Gayil, el cual emite un grito semejante a un mugido, que se escucha a gran distancia, recibiendo también el nombre de “rana mugidora”, un elemento que debería ser considerado en el caso del Lago Vinter, como luego veremos en el capítulo 5: “animales prediluvianos…”), con un chivo maloliente que embestida tras embestida lo empuja hacia el interior; una enorme culebra con grandes colmillos que pende del techo y que se balancea amenazante, “babeando” sangre cuyas gotas queman y finalmente con un “Basilisco” de “ojo centellante”. Es interesante que en dicho relato -que reboza de alegorías iniciáticas, -se mencione al Basilisco, ya que se trata de un animal mitológico o más bien simbólico, una especie de dragón de un solo ojo, y que forma parte de la iconografía alquímica. Se dice que los adeptos no pueden revelar la entrada a la Salamanca, so pena de sufrir el tremendo castigo que se dicte contra él. Con la llegada del alba -concluye Vúletin- los asistentes van abandonando el antro donde se bebe y fuma en forma desmedida, recuperando algunos la forma humana anterior (quizás una referencia al abandono de algún disfraz totémnico, o al influjo de algún tipo de droga proveniente de alguna planta regional u hongos alucinógenos, utilizados durante el ritual iniciático) para no infundir temores y sospechas a los moradores que madrugan para ir al trabajo”. Así en busca del joven miembro de la familia Huenchupan, a quien encontramos en un puesto de la feria artesanal de El Bolsón, ubicada en la Plaza Pagano (en el corazón mismo de dicha localidad), nos encon-tramos con el primer obstáculo. Huenchupan negó conocer no sólo la ubicación de dicha cavidad, sino incluso a la familia Carranza; quizás un signo de desconfianza, o tal vez fiel a sus principios de tradición: no revelar al "Huinca" los secretos familiares. Aunque el dato existía y "Don Enrique" nos había confirmado que las cavernas podían ser ubicadas, sin la referencia concreta se hacía muy difícil, sino imposible, acceder a las mismas.
Mientras tanto intentaríamos otro proyecto igual de complicado; éste consistía en confirmar aquella vieja historia o rumor que había motivado nuestro viaje: ubicar e ingresar a la caverna del cerro Piltriquitrón que se había "tragado" al explorador francés. Para tal fin decidimos reunir algunos entusiastas escaladores y miembros del "grupo rescate", que quisieran sumarse al proyecto de exploración. Carlos Straub nos llevó en su vehículo hasta la zona del Lago Puelo, distante a unos quince kilómetros del centro de El Bolsón, cruzando el paralelo 42, ya en la provincia de Chubut.
Allí ubicamos a César Massachessi (sobrino del ex-gobernador de esa provincia) quien sin vacilar, aceptó la propuesta. Luego de tomar unos ricos mates y el exquisito dulce casero de rosa mosqueta (planta autóctona), untado a su vez en pan de fabricación propia, con que nos convidó tan amablemente su esposa, y definiendo la ruta a seguir para la ascensión al "Piltri", nos despedimos rumbo a la casa de Straub a continuar los preparativos para el día siguiente.
Después de pasar una noche casi en vela, estudiando mapas, charlando de experiencias propias y ajenas en la zona en años anteriores, consultando bibliografía, y recibiendo viejas amistades en la casa de los Straub -que a su vez era la sede del CIFE-, nos fuimos a descansar las pocas horas que nos quedaban antes de la marcha. Desayunamos bien temprano por la mañana los productos caseros de Alicia en su mágica cocina "económica" a leña, cargamos las mochilas con sogas, linternas, cascos y comida para la jornada y con la furgoneta recogimos a los restantes miembros de la expedición. Nos dirigimos con el vehículo hasta una zona arbolada del cerro Piltriquitrón, que a lo lejos semeja el perfil de un oso portando una canasta en una de sus patas delanteras, y allí dejamos el transporte para luego seguir a pie. Desde este lugar y con binoculares, observamos a una altura aproximada a los 1000 metros sobre el nivel del mar, una sombra sobre la ladera del cerro que, o bien era producida por una formación rocosa, o bien pudiera ser la boca de acceso a una cavidad a varios metros por debajo de la cumbre. La subida se inició desde ese punto a las diez de la mañana; cruzamos varios cañadones por una zona muy accidentada y escarpada. En una marcha constante, llegamos a destino después de caminar aproximadamente quince kilómetros, en un promedio de cinco horas.
Al pie de un pequeño árbol montamos el campamento base donde almorzamos, mientras éramos observados por algunas águilas que volaban por encima nuestro y donde dejamos los bultos que incomodaban el ascenso. En ese lugar convenimos dividirnos en grupos para ir explorando las posibles vías de acceso. César Massachessi y Eduardo La Paz por un lado, y Carlos Straub y Osvaldo Masanet por el otro. Yo me quedaría como enlace en el punto de bifurcación, ya que por el efecto del viento, en el cañadón en donde nos habíamos separado, las voces se perdían y dado que no teníamos otro medio de intercomunicación, era necesario apostarse en un lugar donde poder escuchar los gritos de ambos grupos, cuando alguno diera con la boca de acceso de la caverna.
Durante un poco más deuna hora la búsqueda se vio interrumpida por la imposibilidad de avanzar y de escalar hasta la zona donde presumiblemente está la caverna, ya que la roca se desmoronaba al paso de los escaladores, haciendo peligroso el ascenso. A este tipo de roca los andinistas denominan: "roca podrida", la cual no permite fijar clavos a la misma donde sujetar los cabos (sogas de escalada) y mosquetones, que son el seguro de vida con que cuentan los mismos.
Antes que se nos viniera la noche encima, que da paso a posibles encuentros desagradables con animales salvajes, como ser jabalíes o pumas, emprendimos el regreso, lo cual nos llevó otras tantas horas y otros tantos kilómetros hasta el lugar donde dejamos el vehículo; agravado por el cansancio y la desilusión de no poder concretar la aventura.
Al año siguiente un grupo de andinistas expertos del club andino de El Bolsón, liderados por Eduardo La Paz y Carlos Straub, arremeterían nuevamente en esta empresa. La boca de acceso había sido divisada desde mucho más cerca, pero el obstáculo continuaba siendo el mismo; la única posibilidad era descolgarse desde la cima, quizá unos veinte metros hacia abajo, y no había, aún así, seguridad de salir con éxito de ese intento. Por el momento la montaña se negaba a entregar sus secretos y un nuevo interrogante asaltaba nuestras mentes... ¿habría ingresado el explorador francés accidentalmente en una Salamanca, impidiéndosele regresar al exterior al ser descubierto?
La Tradición arcaica y la Ciudad Encantada de la Patagonia
 
Con relación a alguna tradición arcaica que se refiriese a un "sitio de poder", o donde se produ-jesen fenómenos incomprensibles, hemos podido llegar a recoger algunos datos interesantes.
Los orígenes de la colonización, una vez lograda la pacificación indígena, se remontan a la llegada del Gobernador Fontana a la zona andina de Chubut en 1885, y al establecimiento de una cadena de estancias por parte de la Compañía Sur Argentina de Tierras (1888), en la región precordillerana que comprendía áreas desde Neuquén hasta Esquel, dedicadas a la producción ganadera extensiva. Paralelamente se dio una incipiente colonización chilena, la que se replegó a partir de la demarcación del Límite Internacional, determinada a principios de siglo. Pero antes de eso habitaban los indígenas, quienes son conocidos como los Mapuches (de: mapú: tierra; che: gente), aunque los lingüistas -dice Aída Kurteff en su obra: "Los Araucanos en el Misterio de los Andes", prefieren aplicar dicho término específicamente al aspecto filológico y no etnográfico, siendo que el vocablo "araucano" puede utilizarse para denominar al antiguo habitante del suelo patagónico, como a la totalidad de las tribus comprendidas en un mismo grupo racial. Sin embargo Malú Sierra -de quien ya hicimos mención- nos dice la pág. 15 de la obra citada lo siguiente: “Para el Mapuche su Mapu es la tierra donde él habita: su tierra, la que ocupa su linaje y nada más. Así hay Mapuches Picunches si se ubican más al norte, y Huilliches, los que viven más al sur. Puelches o Pehuenches, los que habitan al oriente y Lafkenches al occidente. Incluso los Mapuches del valle tienen su propio nombre; serán Nagches o Wenteches: Abajinos o Arribanos. En cuanto al término araucano, con propiedad: “Araukano” -dice- si se acepta que esta denominación viene del quechua “Auka”, significa: Salvaje o “Incivilizado”, concuerda con la expresión de “gente brava estos mapuches”.
Los Araucanos (o Mapuches) son portadores de una cultura y de una religión cargada de símbolos y conceptos de la más elevada espiritualidad, que no tiene nada que envidiarle a ninguna filosofía o religión asiática o europea. Sus cuentos y leyendas son producto de una acabada poesía y belleza, que bien podrían suplantar a la mayoría de las fábulas, con las que nos hemos deleitado desde niños. Hay quienes creen definitivamente que su cultura podría entroncarse con los habitantes más primitivos del continente, cuando no, producto quizá de las culturas más antiguas de la Tierra.
Hay innumerables signos que los emparentan con los símbolos sagrados de los pueblos más remotos y que hacen pensar en un origen común en cuanto a raza y sitio geográfico. Basta citar algunos datos que hemos encontrado en este sentido: en primer lugar el asentamiento de comunidades agrícolas y ganaderas, se puede remontar a una antigüedad no menor a los 2.000 años, a partir del análisis de las pinturas rupestres que se hallan ubicadas en la chacra de la familia Azcona -una de las familias tradicionales de la zona- y que se encuentra hacia el norte de la localidad, por el "camino viejo" que va hacia Bariloche, distante aproximadamente a tres kilómetros del centro de la ciudad de El Bolsón.
Catalina de Villagrán, residente de El Bolsón, que realizó estudios de turismo, nos comentó que el profesor Janett, aseguraba que existiría n algo así como una treintena de lugares en la región, que contienen pinturas rupestres; pero debido a la depredación que descubrió en alguno de estos lugares, causada, en muchos casos, por los grupos estudiantiles que van de vacaciones en sus viajes de fin de curso y por otros no tan jóvenes, tomó la decisión de pre-servar esa información a los legos; lamentablemente, no tuvimos tiempo de ubicar al profesor Janett para ampliar, comparativamente, nuestros conocimientos, con los signos y símbolos hallados en la chacra Azcona.
Consultamos una de las obras monumentales del antropólogo argentino Dick Edgar Ibarra Grasso, -un sabio viviente, como decía Goyén Aguado-: "La Argentina Indígena" (de la cual había un ejemplar en la Biblioteca Municipal de El Bolsón), y luego al autor en persona a nuestro regreso a Buenos Aires, en la sede del Centro Argentino de Espeleología, del cual era miembro honorario.
A nuestro requerimiento sobre el significado de los dibujos que habíamos registrado en diapositivas y copias papel color, nos dijo: "No es fácil interpretar las pinturas rupestres y tampoco se podría afirmar tal o cual cosa sobre sus significados; siendo la mayoría símbolos abstractos, cargados esencialmente de un pensamiento mágico, producto quizá del efecto de algunos alucinógenos, que se encontrarían en diversas variedades botánicas, siendo los más comunes los hongos, aunque algunas flores o hierbas de apariencia inofensiva también podrían provocar los mismos efectos, siendo utilizados durante determinados rituales mágicos a cargo de la "Machi" o "Chamán" (shamán-brujo) de la tribu; que en el caso de los Mapuches como ya dijimos, es una mujer".

Algunos dibujos quizá más claros de apreciar, o más cargados de detalles parecían mostrar corrales para el ganado, o sembradíos, o tal vez planos de viviendas, y en otros casos diseños decorativos que luego serían reproducidos en los telares. Algunos de los más antiguos dibujos rupestres descubiertos en Sudamérica, son los hallados en la región de Serranópolis, al sur del estado de Goiás en Brasil, durante el añode 1975, por el profesor Binómino da Costa Lima, quien contaba en aquel entonces con 67 años de edad, atribuyéndose a las mismas una antigüedad de once mil años. Según ciertas fuentes, hay rumores que algunas pinturas rupestres de esta parte del Planeta, podrían alcanzar los 20.000 años. Otros hallados en la región de Paraíba, también en Brasil, aún no han sido datados por los arqueólogos, supo-niendo un origen de varios miles de años, sospechándose incluso una posible procedencia fenicia, griega o hitita, para la escritura hallada en Pouso Alto.
Pero es sin duda dentro de los mitos que giran en torno a los Araucanos, de sus "dioses" blancos de cabellos rubios y barbados, y a ciertas comunidades secretas que se entroncan con la leyenda de "La Ciudad de los Césares", donde se puede encontrar lo más atractivo del enigma de los Andes.
De acuerdo a un artículo de Francisco N. Juárez para la revista “Periscopio”, Nº 15 (30/12/1969) , el capitán español Diego Flores de León conoce la localidad de El Bolsón en 1608, cuando buscaba la perdida Ciudad de los Césares, quien acampó bajo un frondoso maitén que aún perduraba en 1969, en el centro del poblado.
Hablar de la Ciudad Encantada de la Patagonia requeriría todo un libro, pero veamos algo de la leyenda: "El mito de la Ciudad Encantada” -nos cuenta Ernesto Morales en su obra Sarmiento de Gamboa, un navegante español del siglo XVI- no puede precisarse bien. Distintos fueron los lugares en donde se la colocó; muchas de las versiones que sobre ella corrieron hasta el siglo XVIII, en los albores de la independencia, cuando ya se dejó de creerla una realidad, situándola algunos frente a Chiloé, otros en medio de los Andes (confundiéndola con el Reino de Paitití o del Inca Trasandino, también creación mítica), otros junto al lago Nahuel Huapi (en mapuche: Isla del Tigre, no solo por alusión al puma, sino por referencia a un cacique o familia de la zona), y otros, ya más posteriormente a orilla del Atlántico, confundiéndola esta vez con una población real: Carmen de Patagones, fundada por Francisco de Viedma en 1779. Todos hablan de la Ciudad Encantada, pero nadie sabe donde está; y hablan de diverso modo, pero dando numerosos detalles".
Y todos divergen. Hay quien asegura que son tres y da los nombres: Hoyos, Muelle y Los Sauces. Testigos no faltan. Juran decir la verdad, y se contradicen.
El espejismo mental se apodera de los más seguros. La creencia que más aceptan es la de una ciudad prodigiosa en todo sentido, porque cuanto más se exagera, se afirma con mas certeza, en quienes desean creer que existe.
Para los más, el mito de la "Ciudad Encantada de la Patagonia", tenía mucho de "La Ciudad de Jauja":
"Los hombres que la habitaban eran blancos, corpulentos, y rubios; barbas cerradas embellecían sus rostros, vestían capas de variados colores y gastaban armas invencibles; ninguna enfermedad prosperaba en su reino, y la vida se dilataba eterna y gozosa. Todos los palacios eran de piedra labrada, y sobre el caserío cuadrangular, templos magníficos levantaban sus cúpulas resplandecientes y sus torres sonoras. La ciudad edificada en una isla estaba rodeada de murallas y fosos; un puente levadizo daba acceso al recinto privilegiado por una puerta única. En los predios cercanos, las tribus sometidas cultivaban legumbres o frutaes, y los ganados engordaban pacíficos. Dos cerros liminales, uno de diamante, otro de oro, rendían a los césares la riqueza con que labraban su vajilla magnífica y decoraban sus templos suntuosos".

En estos relatos, sin duda, podemos encontrar paralelismos con la descripción de la Atlántida de Platón, el Templo de Salomón de La Biblia, la Jerusalén Celeste del Apocalipsis de San Juan, la ciudad de Shambhala, el Reino de Agharti, la Ciudad del Sol de Tomas Campanella, la Utopía de Tomás Moro, el Reino del Preste Juan, El Dorado de los Incas
El rey inaico de la leyenda del Dorado
o el Xanadú-Keibung (Chandú), Palacio de Placer de Kublai-Kan, que no ha sido dado a conocer en ningún relato de su tiempo que conozcamos, pero del que Marco Polo nos dio unos cuantos párrafos sobre éste parque y un gran poeta soñó acerca de él, para gratitud de todo el mundo y más recientemente con el Shangri-La, de la novela de James Hilton, inspirado en la mítica Shambhalla.
En otro párrafo de su obra Ernesto Morales comenta:
"Un eco de la ciudad encantada lo hallamos en tiempos casi contemporáneos. Lo ha recogido el comandante George Chaworth Musters en su libro “Vida entre los Patagones” (1781). Cuenta Musters que un día, mientras cazaba, los sobrecogió un fuerte estampido que parecía un caño-nazo, seguramente debido a un volcán ignorado. Pero los aborígeneslo atribuían a los legendarios Césares. Y le contaron una historia: Un hombre, que se decía miembro de una partida que saliera con el propósito de cortar madera en los bosques frente a Chiloé, contó que en lo profundo de la selva había encontrado una senda, por la que había seguido hasta cierta distancia, de pronto oyó el sonido de una campana y vio claros, de los que dedujo que estaba cerca de una población o colonia. Enseguida se presentaron unos hombres blancos que lo hicieron prisionero y después de preguntar porqué estaba allí, le vendaron los ojos y lo llevaron a una ciudad extraordinariamente rica, donde lo tuvieron preso por unos días. Al fin lo sacaron de ella otra vez vendado y cuando se le quitó la venda se encontró cerca del lugar de su captura, de donde partió en busca de sus compañeros".
Monte Shasta
Autores que han bebido en filosofías esotéricas como el teosofismo de Helena Blavatsky -en el caso de W. Scott Elliot, en su obra“La Perdida Lemuria” (1911)-, o el rosacruscista Wishasr S. Cervé en su obra “Lemuria, el Perdido Continente del Pacífico“ (1931), hacen referencia a leyendas aborígenes donde existirían comunidades secretas de hombres blancos, muy altos, de contextura física más bien fornida, con extraños atavíos, adornos de oro, y que pagaban sus compras con pepitas de oro, para luego desaparecer en la espesura de los bosques que bordean el cráter del Monte Shasta, un volcán semi-apagado en la región de California en los EE. UU.
Extraños fenómenos luminosos, secuestros de curiosos que merodean estos lugares, son experiencias que se repiten en los relatos de raptos o abducciones modernos relacionados al fenómeno ovni.
Entre otros casos se puede mencionar relatos recogidos por investigadores peruanos en torno a seres misteriosos, que surgen de la selva en proximidades de la mítica ciudad de Paitití, en el Parque Nacional del Manú, en Madre de Dios, vestidos de blanco, barbados, rubios, de ojos claros, de elevada estatura y que pagan a los aborígenes o campesinos sus compras con antiguas monedas de oro, para luego volver a la selva no permitiendo que sean seguidos.
No faltan relatos de curaciones milagrosas por parte de estos seres a los habitantes regionales. Otro tanto estaría pasando al sur de Chile, en algún lugar del archipiélago, en una por ahora mítica isla de Friendship, donde una comunidad misteriosa de seres de tipo nórdico asociados al fenómeno ovni, impartiría ayuda médica gratuita de carácter también milagroso a enfermos terminales.
En una nota de la revista dominguera del diario Clarín, de Buenos Aires, (“Clarín Revista”) ,de 1987, daba cuenta de la búsqueda organizada de dos aficionados arqueólogos argentinos, que creían haber encontrado la mítica ciudad.
Jorge Antonio Valdivieso (35), y Horacio Martínez (29) -dice la nota- "Hallaron las legendarias ruinas que en esa ocasión no habían podido hallar un grupo de montañistas japoneses, integrado por Yutakas Kawakasmi, Toshiro Sumita y Kanedo Masuda, llegados de California".
El relato de los expedicionarios japoneses y sus continuadores argentinos, también a sido recogido por el autor Oscar Novell -un Santafecino nacido en 1925- en su obra: “En busca de la Ciudad de los Césares” (Esquel, Chubut, 1987). Lovell que reside en la localidad sureña desde el año de la publicación de su obra nos cuenta: ”En 1982, los tres expedicionarios japoneses mencionados, vinieron de California (U.S.A.) basándose en antiguas crónicas españolas y en los datos geográficos de las comisiones que delinearon la frontera argentino-chilena, en busca de la Ciudad de los Césares. Se conectaron a través de un intérprete con doña Encarnación Quitrihuel y ella les habló de unas ruinas -las casas grandes del mallín- escondidas entre el bosque de lengas”, pero los japoneses buscaron en las nacientes del Río Tigre, al norte del cerro Orión y fracasaron. Cuando regresaron al Bolsón, en la avenida principal, se encontraban Jorge Antonio Valdivieso y su amigo Horacio Martínez, que habían estado navegando por el lago Puelo y de pronto ven a los tres japoneses que bajaban de una camioneta con sus equipos bastante maltrechos. No fue difícil entenderse en fluido inglés. Toshiro Sumita pudo contar a Valdivieso la fantástica aventura en que se encontraban; Por aquellas montañas existían unas ruinas que podrían ser los restos de la legendaria Ciudad de los Césares, levantada tal vez, por los numerosos náufragos dela Patagonia. Cenaron juntos y hablaron toda la noche. Ellos renunciaron a la búsqueda y dejaron todo el proyecto en manos de los argentinos. Pasaron algunos años. Por fin, en 1987, de acuerdo con las informaciones recibidas, iniciaron la expedición por agua, cruzando víveres y equipos en un botecito a vela, a través de los 11 km. del lago Cholila.
El puesto de Bonacea, lugar cercano a la desembocadura del río Tigre en el lago Cholila, es el punto de reunión con don Tiburcio Urrutia. Aquí se une al grupo un periodista del diario metro-politano. Don Tiburcio ya espera con cuatro caballos listos y dos cargueros equipados con albardes, para llevar las mochilas. El calor que anuncia lluvia estimula a los tábanos que hacen insoportables las primeras horas de marcha.
Remontando el río Tigre llegan hasta el puesto de Martín, envejecida casa en donde vive un solitario, Julián Parra, posiblemente uno de los pocos, (junto con Encarnación Quitrihuel) que conoce los viejos y secretos pasos hacia Chile y el Pacífico. Desde aquí la senda sigue difícil, observa Parra cautelosamente. La llovizna obliga a aceptar esa noche la hospitalidad del puestero que, por esta vez al menos, ve alterada su rutina. A la mañana siguiente un cielo purísimo estimula al entusiasmo por continuar río arriba. La senda sin embargo se muestra intransitable: árboles caídos, matas de caña colihue, que cierran el paso, terreno mallinoso que obliga a avanzar muy lentamente. Don Tiburcio con sus 58 años no afloja, y sigue haciendo punta, hasta llegar al vado dondese hace indispensable pasar a la margen izquierda del río, al lado norte que los llevará tras las huellas de los japoneses. Con cuidado por que es profundo dice Urrutia, y la corriente viene fuerte. Por la banda izquierda del río. La marcha se complica más, la abrupta falda tapizada de lengas, ñires y colihues, cierra el paso con el denso sotobosque de helechos y plantas arbustivas, hasta es preciso a veces echar pie a tierra para seguir con los caballos de tiro bajo la espesísima vegetación que ya es similar a la del lado chileno de la Cordillera. Casi frente a la unión del arroyo Alerce, con el río Tigre, en el puesto del mismo Urrutia, el guía decide hacer noche y hacen planes. Kawakasmi, Sumita y Masuda, exploran las nacientes del río Tigre, al Norte del Cerro Orión, buscamos al sur de ese pico, una zona que coincide con la laguna que da origen al arroyo Alerce, y constituye un posible paso a Chile. Porque la Ciudad de los Césares tiene que haber permitido a los españoles sacar oro de la cordillera evitando los puertos amenazados por los corsarios ingleses.
Veremos en que condiciones quedó el puente, comenta Urrutia, receloso, recordando los trabajos en que él mismo colaboró con los japoneses, “Lo armamos en cinco días con alambre y tablillas cortas de la zona”. Yo lo crucé después antes que llegara el invierno del ´83, pero no sé si lo habrán tumbado las grandes nevadas del ‘84.
“Ensillados los caballos y cargados, seguimos río arriba en busca del puente. Allí está, como siempre, dice el guía al divisarlo. La cuestión será probar si sigue resistiendo.
Los cuatro alambres retorcidos y tensados, sujetos a las mismas lengas de las barrancas no parecen haber sufrido daño alguno, pero las tablitas están deterioradas y muchas faltan.
Habrá que pisar, los mismos cables, se adelanta Valdivieso ansioso disponiéndose a cruzar. Abajo corre el río empequeñecido por la altura.
Un momento, previene el guía, probemos primero avanzar solo unos metros sobre las ligeras tablas que se estremecen, sujetándose siempre de los cables superiores y regresa. Está bien, pero pasen solo uno por vez, ordena.
Aquí estaba dispuesto que se volvían el guía Urrutia y el periodista, sin embargo, esperaron que los expedicionarios llegaran a la otra orilla.
Y la encontramos, cuenta Valdivieso. Encontramos la Ciudad de los Césares, o las casas grandes del mallín, o lo que sea. Una construcción de paredes de piedras talladas, casi exacta-mente rectangular, de unos 80 metros de largo por unos 10 de ancho. Algo increíble en esa vegetación cerrada, imposible de descubrir en una fotografía aérea”.
Desgraciadamente -dice la crónica reproducida por Lovell- los audaces expedicionarios alcan-zaron el lugar, envueltos en nubes bajas que impedían la visibilidad y sobre todo tomar foto-grafías. Habíamos podido divisar desde lejos la casita de piedra con techos de cañas de doña Encarnación Quitrihuel. Cerca de allí, a unos 1.400 metros de altura, pasamos la noche. Al día siguiente, metido dentro del bosque de lenga achaparrado, se toparon con el paredón de tres metros de altura. Es de bloques de piedras que solo tres personas podían levantar. Las piedras están perfectamente talladas. Saltamos al interior de la construcción, que por supuesto no con-serva el techo y encontramos una doble hilera de recintos de cuatro metros por cuatro, cuyas puertas dan un largo y ancho pasillo, que constituye la única salida exterior. Parecen depósitos y todo envuelto en la densa vegetación. Las ruinas están allí, descubiertas esperando a los arqueólogos que dirán la última palabra. Oscar Lovell concluye que sin duda se han realizado otras expediciones a la así llamada “Ciudad de los Césares” o “Casas Grandes del Mallín”, pero no han sido debidamente declaradas, y no ha podido consignar los detalles de las mismas”.
Es interesante que desde el punto de vista antropológico y lingüístico a lo largo de la Cordillera de los Andes, desde Sudamérica hasta Alaska, y por la costa del Pacífico, muchos topónimos y voces aborígenes tienen concordancias y similitudes. Así mencionamos a los Mapuches en la región austral del continente, y en el centro y norte del mismo, donde los Incas expandieron su reino del Tawantinsuyo, los "Amos o Señores de la Montaña", se los designa como Apus (espíritus benefactores); en América del Norte vamos a encontrar Apaches, Montes Apalaches, Comanches, Mapaches (animal mamífero), por nombrar algunos quizá denotando un origen común en los mitos y tradiciones de estos pueblos.

Enigma en los Andes

En febrero de1998 un artículo de Tim Appenzeller para la revista "Discover" en español, dedicada a un "mundo de ciencia y tecnología" sorprendía entre sus titulares de tapa con la siguiente noticia:
"Enigma en los Andes; surge un territorio desaparecido de EE. UU.", o bien: "Hace 500 millones de años desapareció un trozo de América del Norte. Ese trozo apareció ahora en la Cordillera de los Andes". Se trata de un trabajo realizado sobre lo que se conoce como "Deriva de los Continentes”; una teoría sustentada en 1915 por el científico alemán Alfred Wegener en su obra; "Los orígenes de las cuencas continentales y oceánicas", donde aportaba argumentos basados en hechos geológicos y paleontológicos conocidos. Sin embargo otro alemán naturalista Alexander Von Humboldt, había sido el primero en plantear esta idea en el año 1800; hace 30 años -decía la nota de Discover- Bill Thomas, geólogo norteamericano, recorre los montes Apalaches, tratando de comprender por qué desaparecen en Alabama para reanudarse cientos de kms. al oeste, en Arkansas, como las montañas Quadritas. Esa brecha que ha dejado espacio para la formación del valle del Misissipi y el Golfo de Méjico es una incógnita para Thomas. Nunca imaginó -dice Appenzeller- que la respuesta lo llevaría 6.400 kms. al sur, a la pre-cordillera Andina.
Otro sorprendido con estos resultados fue el geólogo argentino Ricardo Astini, de la Univer-sidad de Córdoba, en Argentina, quien tuvo que realizar el viaje a los boscosos pinares de Alabama septentrional para comprender el origen de las colinas calizas, tan disímiles en fósiles y rocas, que había observado en el oeste de la precordillera de los Andes, en su propio país.
Thomas y Astriñí, compararon sus estudios y demostraron que hace más de 500 millones de años un bloque de corteza terrestre de unos 1.280 km2 se desprendió de América del Norte, vagó por un océano y se adhirió a América del Sur.
En un arduo estudio de años de investigación Astriñí junto a un grupo de colegas de la Universidad de Córdoba entre los que se contaban Luis Benedetto, Emilio Vaccari y Víctor Ramos -geólogo de la Universidad de Buenos Aires- quien en 1984 ya había sospechado que parte de la precordillera andina se había separado de la costa oeste de América del Norte-coincidieron al igual que Bill Thomas que había historias coincidentes sobre la partida y la llegada. "Cuando uno ve algunas secciones de Alabama donde se alzan los Apalaches meridionales o se ven muestras de perforaciones, éstascorresponden exactamente con las que tenemos en la precordillera septentrional", dice Astini.
"Es increíble: los colores, el espesor de la roca, todo coincide. Donde ustedes tienen bitumino-
sas verdes, nosotros tenemos bituminosas verdes. Donde ustedes tienen bituminosas rojas, nosotros tenemos bituminosas rojas, es extraordinario viajar tanto y hallar los mismos estratos".
"Es posible si uno acepta que los Apalaches y la precordillera de los Andes, estuvieron unidas en el pasado".
Esto claro, ocurría hace 500 millones de años, y por lo tanto no había noticias de la existencia de seres humanos. ¿Cuándo entonces topónimos y designaciones como Apalaches, Apaches, Mapaches, Apus y Mapuches, entre otros, aparecieron sugiriendo algún parentesco lingüístico?
Sin duda -como decía Julio Goyén Aguado- fue Don Florencio de Basaldúa en sus obras: "La Raza Roja" y en "Prehistoria e historia de la Civilización Indígena de América y su Destrucción por los bárbaros del Este", uno de los primeros en señalar el origen de ciertos topónimos americanos como procedentes de la inmigración de sobrevivientes de la desaparecida "Austerria" (en idioma Basko: Auste = Austral, Erría = Tierra) identificados como miembros de la primordial Raza Roja.
"Austerria"
En el capítulo primero de: "Prehistoria e historia de la Civilización Indígena...", Don Florencio de Basaldúa nos relata sus conclusiones sobre lo que llama: "La catástrofe glacial" y que corresponde obviamente a la última glaciación sufrida por el planeta Tierra hasta el presente. En éste momento, según los científicos abocados a la geología y la climatología, estamos en un período interglacial que está por finalizar, hallándonos a las puertas de un próximo enfriamiento global. Sobre los pormenores de la última glaciación, provocada por el vuelco del eje polar, ocurrida hace aproximadamente 12.000 años atrás, dando lugar

a un repentino congelamiento terrestre, Basaldúa se adelanta 79 años a los argumentos presentados en el film: "Eldía después de mañana" (“The day after tomorrow”, 2004), dirigida por Roland Emmerich ("Stargate", "El Día de la Independencia", "Godzilla"), donde se reproducen con excelentes efectos especiales las consecuencias de una catástrofe de este tipo. Basaldúa nos comenta en la página 6 del capítulo antes mencionado, lo siguiente: "1º- es un hecho demostrado que en las postrimerías de la edad tercia convivían, en Inglaterra con el hombre de Ipswich, el colosal mammut, el oso Speleous (del griego: Speleo: caverna), el mono, el rinoceronte ricorriño y muchos otros animales de las especies que hoy habitan en las zonas cálidas intertropicales. 2º- está igualmente demostrado que grandes manadas de mammuts o elefantes primigenios, antílopes, jaguares, rinocerontes, etc, etc., habitaban en los territorios del actual casquete esférico boreal en toda la nueva Siberia; que sus colosales cadáveres conservan las carnes admirablemente frescas bajo el hielo, sin que ofrezcan los cueros, la más mínima señal de arrastre, y que se encuentran reunidos en grandes grupos en el norte de Siberia, allí donde la muerte los sorprendió mientras pastaban tranquilamente...". 3º- demuestra la afirmación anterior, dice Basaldúa: "que los mammuts murieron mientras pastaban tranquilamente" -un detalle que a mi juicio, no ha sido estimado
en toda su trascendental importancia por los sabios europeos..."
Más adelante Basaldúa agrega: "Hace poco tiempo, diciembre de 1922, se ha encontrado en el territorio del Neuquén (provincia de Neuquén, Rep. Argentina) un inmenso osario de mammuts.
"Hemos referido que el sabio Florentino Ameghino encontró entre los lagos Musters y Colgué Huapí, un fósil de tortuga cornuda, de agua dulce, contemporánea del Mammut, en el mismo horizonte geológico donde se encontró la tortuga cornuda de Australia, hecho que demuestra la unión de Sudamérica con el continente austral, donde también habitó el mammut, en época remotísima".
A similares conclusiones llegan los científicos mencionados en el artículo de la revista "Discover" en español (1988) en donde leemos: "Moores encontró un trabajo de dos geólogos canadienses, en el cual proponían que hace 700 millones de años, Canadá y Australia estaban unidas. Los canadienses habían detenido sus análisis de la frontera estadounidense, pero Moores no lo hizo. En la misma época en la que Canadá estaba, supuestamente unida a Australia, sabía el, Australia estaba unida a la Antártida. Canadá, por supuesto, estaba estrechamente unida a los Estados Unidos. Moores imaginó que había encontrado el desaparecido socio occidental de América del Norte, que como ya sabemos se trata de la cordillera Andina de la Argentina. Así pues, vemos que Basaldúa nos estaba dando la respuesta al origen de dichos parentescos. En estos términos: "Aquella catástrofe, ¿afectó a toda la tierra?, se preguntaba. -No, porque las zonas comprendidas entre las intersecciones del antiguo y nuevo ecuador, conservan ahora el mismo clima que tuvieron antes; circunstancia ésta que explica la supervivencia de los hombres de raza roja de Austerria, así como la de muchos ejemplares de la flora y fauna anterior. Y, agrega Basaldúa: -el Marqués Saint Yves d´Alveydre apoya nuestra opinión en estos términos: "la cuna de la raza roja fue el continente austral, tragado por el último gran diluvio; raza cuyos últimos vestigios se ven ahora en los indios de América producidos por los trogloditas que se refugiaron sobre las cumbres de las montañas" (véase S. Yves, Misión des Juifs, pág.134) -recomendaba Basaldúa-. Recordamos aquí que el Marqués de Saint Yves d´Alveydre es autor de una serie de obras enmarcadas como: "Misión de los judìos", "Misión de los soberanos", "La Misión de la India en Europa" y "La Misión de Europa en Asia" en donde da cuenta de la extensión del mundo subterráneo de Agartha, como veremos más adelante.
Por último, Basaldúa aclara: "Es verdad que los indios de América proceden de la sumergida Austerria, más no de Trogloditas, como lo demostraremos al tratar de los Pirhua (peruanos); maias (mayas), etc, etc. Aquí Basaldúa hace referencia obviamente a los Incas y a los Mayas como representantes civilizados -o bien, como miembros de alto nivel de inteligencia- de la llamada Raza Roja (tema que retomaremos en próximos capítulos) a quienes se debe entonces la autoría de los nombres de cerros, ríos, animales y etnias con igual sonoridad. Para rematar esta hipótesis, podemos invocar al genio de la pluma de aventuras, encarnado en la persona del escritor italiano Emilio Salgari, igual de famoso que Julio Verne, y autor de una infinidad de obras. Padre de “Sandokán, el Tigre de la Malasia”, y sus secuelas, y del “Corsario Negro” -entre otras- también es el creador de: ”2.000 leguas por debajo de América” (“Duemila Leghe sotto L’América”, en su versión original); tal vez confundida con: ”20.000 leguas de Viaje Submarino”, y eclipsada por “Viaje al Centro de la Tierra”, dos de las más famosas obras de Verne, y por ello, menos conocida. Nos sorprende en su trama argumental con algunos datos que apoyan la teoría sustentada por Juan Moricz y Julio Goyén Aguado -entre otros- (siendo éste último quien me recomendara su lectura), en lo referente a la existencia de túneles subterráneos por debajo de la Cordillera Andina. En la obra de Salgari podemos leer: “...la noche del 20 de noviembre de 1869, mientras una fuerte lluvia caía intensamente empujada por un endemoniado viento, un vigoroso caballo cubierto de fango hasta las orejas, entraba al galope en Munfordsville, estado de Kentucky, en Norteamérica”. Su jinete…, el personaje es el ingeniero John Weber que acude al llamado de un joven mestizo llamado Burton, quien le anuncia que un viejo indio amigo de ambos, conocido como Smoky se encontraba agonizando, y quería hablar con él, antes de morir. Este cuando por fin se encuentran le revela desde el lecho de muerte, que su padre el jefe de la tribu, también a su hora, le confió el secreto de unos documentos antiguos, guardados en un par de cofres de metal, y que él quiere entregárselos para que los descifre y concluya lo que él no pudo terminar. El padre del anciano Smoky le había dicho: “...Si algún día nuestra tribu padece miserias, los abrirás, y enterándote de su contenido, lo utilizarás para mejorar la situación de los Shawnees y de todos los hombres rojos de América”. Luego le indica como descubrir un cofre enterrado en el bosque, ya que el otro ha sido robado por sus asesinos, y cuando lo encuentra, descubre un “rollo de amarillento pergamino”, que se propone descifrar. Así llega a saber que se trata de los fabulosos tesoros de los Incas, constituido por millones en oro y piedras preciosas. John Weber cuenta a sus compañeros de aventuras lo siguiente: “Escúchenme, ...en el año 1525, moría Huayna Capac, emperador del Perú, dividiendo el Imperio entre sus dos hijos, Atahualpa y Huáscar. Durante un lustro los dos hermanos reinaron amistosamente, pero luego comenzaron las divergencias y Huáscar, celoso de la popularidad que adquirió su hermano, le ordenó que le cediera el reino de Quito. Atahualpa se negó y emprendieron la guerra. Las tropas de Quito, tras numerosas batallas, en que la suerte de las armas fue bastante desconcertante, consiguieron derrotar al Inca y encerrarlo en la fortaleza de Caxamarca. Huáscar tenía inmensos tesoros, que sus fieles curacas (nobles peruanos que ocupaban los principales cargos del imperio) habían ocultado secretamente, y cuando los capitanes de Pizarro conquistaron Caxamarca, se los ofreció a cambio de la libertad. Su hermano Atahualpa lo supo y lo mandó asesinar en secreto, temeroso de que lo derrocara y arrebatara el imperio que había ganado por la fuerza de las armas. Aquel crimen, de nada valió al Inca, pues más adelante perdió la vida a manos de Francisco Pizarro. Los españoles por su parte, buscaron infructuosamente este tesoro durante años enteros, sin lograr hallarlo en ningún momento. Este documento que aquí tenemos amigos míos, revela el medio de llegar hasta la caverna donde está oculto...
-¿Dónde está? Quiso saber Morgan.
-Escuchen, el punto de partida para llegar hasta allí, de acuerdo a este mapa, sería la Caverna del Mamut...
-¿Conoces la Caverna, Burton?
-Como Louisville (ciudad del estado de Kentucky)
-¿entonces sabes que en el fondo hay un abismo que ha sido llamado Maëlstrom? (un cuento de Edgar Allan Poe, lleva ese título-agregamos).
-Sí, es muy profundo y aún no ha sido explorado.
-Y bien, En él ¡si debemos creer lo que dice este documento, hay una galería que conduce a un río subterráneo navegable!.
-¿En ese río está el tesoro?
-No. El documento indica que es necesario recorrer todo su curso a través de muchas galerías. El tesoro se encuentra en una gran caverna circular, sostenida por inmensas columnas esculpidas.
-Es increíble... murmuró el cazador ¿Cómo se posible que la Caverna del Mamut esté en comunicación con el Perú?
-si calculamos la enorme distancia que hay entre los dos países, resulta maravilloso- contestó el ingeniero.
-¿Existirá bajo América una gigantesca galería?
-¿Alguna vez oyó hablar de algo semejante?
-Nunca, Morgan.
-Pero, como semejante documento haya pasado a manos de los Shawnees?
-Tal vez la tribu es una fracción de los Incas...
-La observación es justa, señor ¿Pero Cómo pudieron haber llegado hasta Kentucky?
-Por la galería subterránea.
-¡Una galería de 2.000 leguas! (1 legua es igual a 5.196 metros, 2.000 multiplicado por 5.196 m. es igual a 10.392 kilómetros).
-para haber trazado este mapa, es menester que alguien haya realizado el maravilloso viaje, opinó el ingeniero.
-Morgan lo miró con estupor. Aquel razonamiento era correcto.
-Quiere decir que esta galería es algo existente...murmuró-
-Debe existir, Morgan. Seguramente una banda de Incas la recorrió por la gruta del Mamut.”
El capítulo tercero comienza con una descripción de la caverna en estos términos:”Ninguna caverna del Viejo Mundo puede competir en amplitud, profundidad y belleza con la gruta llamada Mamut, en el estado norteamericano de Kentucky”. Y es cierto, como hoy se sabe, la caverna del Mamut une dos estados norteamericanos por debajo de la superficie a lo largo de 500 kilómetros.
En un reportaje realizado por la revista del diario “La Nación” en 1977 a Norberto Ovando, pionero de la espeleología argentina, quien a la sazón se desempeñaba como presidente de la Sociedad Argentina de Espeleología, con sede en el Museo de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia de Capital Federal (Buenos Aires), éste comentaba que la Caverna del Mamut (Mamooth cave), de Kentucky, U.S.A., era la más grande conocida hasta ese momento.”Desde la entrada principal hasta el fondo de la gruta-decía-había por lo menos 15 kilómetros de largo, y las calles o galerías que recorren este enorme laberinto suman más de 252 kilómetros. Antiguamente debe haber servido de refugio de pueblos salvajes, pues bajo capas de estalactitas se han descubierto esqueletos de seres humanos de una raza desconocida.” Agregaba Ovando, que le seguían en dimensión la “Höloch”, caverna de 130 kilómetros explorados, que se encuentra en Suiza Central, y la “Carlsbad”, en la cercanía de los Montes de Guadalupe, en Nuevo México, con 63 kilómetros recorridos”.
En cuanto a la real extensión de las galerías subterráneas por debajo del Continente Americano, como proponía Juan Moricz y Goyén Aguado, Salgari se lo pregunta por intermedio de sus personajes. Lo curioso de este relato es además, la similitud fonética entre los indios Shawnees de Kentucky y los Shwaras de Morona (Jíbaros), en Ecuador, y el hecho que la Caverna del Mamut se encontrara en el Cordón montañoso de los Montes Apalaches, que corren por el Este estadounidense desde el norte del golfo de México hasta el Golfo de San Lorenzo en Canadá. Otra mención al tema, lo aporta -como luego veremos en el capítulo 12, dedicado a ”las Siete Ciudades de Cìbola”- el escritor americano Frank G. Slaughter quien tituló una obra suya con el sugestivo nombre de: ”El Oro de los Apalaches”, (Ed. Acme S.A.C.I., Buenos Aires, 1ª edición 1958, col. Robin Hood) donde mezclando realidad con fantasía relata “Las Fabulosas Aventuras de Alvar Núñez Cabeza de Vaca”, el adelantado español que buscaba el paralelo de “El Dorado” en territorio estadounidense, concluyendo su derrotero con desastrosas consecuencias.
Por último, para sumar un dato más, aunque de la mano de la ficción, estrenada en marzo de 2006, un film del director Neil Marshall (Dog Soldiers) que lleva por título: ”El Descenso”, cuya trama presenta la odisea sufrida por seis amigas quienes tras un viaje dedicado al deporte de aventura (espeleología) quedan atrapadas en una cueva ubicada en un paraje aislado de los Montes Apalaches, tras la caída de una roca que se desprende y bloquea la salida. El máximo horror sobreviene cuando las chicas se dan cuenta que nadie va a venir a rescatarlas, y descubren que no están solas. Mientras buscan la forma de escapar se ven acosadas por horribles criaturas, una raza de humanoides monstruosos que se han adaptado a la vida en la oscuridad”. Neil Marshall dijo: ”Pensé que era un escenario fantástico que muy raramente ha sido utilizado: la mejor ambientación para una película de terror es la oscuridad y no creo que haya nada más oscuro que una cueva”. Y es cierto, para quienes tuvimos la oportunidad de conocer importantes cavernas que no han sido exploradas en su totalidad, se puede experimentar lo que sucede en el film, aunque uno no se tope con las horribles criaturas que generalmente habitan sí, pero en nuestra atormentada imaginación. De hecho, el argumento del film, muestra precisamente lo que un experimentado espeleólogo nunca debería hacer, pues como dice el eslogan de la película: “Si no tenían miedo a la oscuridad, ahora lo van a tener”.

En los siguientes capítulos, el lector va a encontrar un profundo estudio sobre todo lo relativo al "mundo subterraneo": los túneles en la cordillera de los Andes (el autor participó en expediciones a esos parajes montañosos), haciendo incapié en la famosa Cueva de los Tayos (nos cuenta su relación con Moricz y Goyén Aguado). También aparecerán en sus páginas, los Ovnis, el Yeti, el coronel Fawcet, la ciudad de Akakor y monstruos lacustres, así también gnomos y duendes. Las sociedades secretas tendrán su capítulo y un interesantísimo análisis sobre la literatura relacionada y algunos films. En fín, lo que viene es imperdible para los seguidores de estas "otras realidades".

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